Acaban de anunciar su retirada Andrés Iniesta y Rafa Nadal, dos emblemas de una época dorada, la mejor con diferencia del deporte español. Rudy Fernández cerró su etapa en el baloncesto en verano. Antes lo hicieron los hermanos Gasol, Felipe Reyes y Juan Carlos Navarro, exponentes de una selección que será difícilmente repetible. El relevo desde el éxito nunca es sencillo, aunque en el fútbol el combinado abanderado en las alas por Lamine Yamal y Nico Williams promete. Ya tiene una Eurocopa, y es un grupo que entra por el ojo. Alcaraz también viene pegando fuerte. En el universo de las canastas hace más frío. Al menos, de momento y en el corto plazo. En ese tránsito merece un reconocimiento especial el balonmano, porque ningún otro deporte de equipo está demostrando una capacidad de regeneración para competir en primera línea como la suya. El fútbol sala es la antítesis. Está lejísimos de la generación de los Luis Amado, Kike, Daniel, Javi Rodríguez...
La España de Iniesta ganó dos entorchados europeos y un mundial. Las de antes parecían condenadas a caer en las eliminatorias de cuartos. Nadal se va con 22 títulos del grand slams (entre ellos, 14 Roland Garros, una auténtica animalada). A su lado las conquistas de Ferrero, Corretja, Bruguera y Moyà se quedan en pataca menuda, que diría Caneda. El palmarés del baloncesto en las dos últimas décadas es impresionante.
Los que pertenecemos a la generación X (nacidos entre 1965 y 1981) hemos podido disfrutar de todos estos éxitos sabiendo que, con anterioridad, ya no solo ganar, sino estar en la pomada de los mejores, era la leche.
Las generaciones posteriores, Y y Z, la de los millennials y los nativos digitales, corren el riesgo de pensar que conseguir tantos títulos es fácil. A ellos les tocará el camino inverso, el de poner en valor esos logros a medida que vayan pasando los años.