La rectoral de Santo André de Vea resucita y abre su puerta a los vecinos
A ESTRADA
«No es la casa del cura, es la casa de todos», dice el párroco Martín Kouman
17 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Muchas casas rectorales languidecen en el rural gallego. La de Santo André de Vea, que es una auténtica joya con más de un siglo de vida, se ha librado gracias a un plan de acción a tres bandas en el que han colaborado el Arzobispado —propietario de la construcción—, los vecinos y el párroco. Entre todos han rescatado del abandono una casa rectoral que llevaba seis años en desuso absoluto y muchas décadas más sin un mínimo mantenimiento.
La casa tiene un arco de acceso de porte señorial, una impresionante lareira con horno, zonas destinadas a la elaboración del vino o el depósito de los cereales, una imponente escalera de distribución en piedra y siete dormitorios. Cuentan los vecinos que en sus orígenes albergó a una pequeña comunidad de monjes que, según la leyenda parroquial, procedían de Santiago y se retiraban a Santo André de Vea para vivir rodeados de tranquilidad la última etapa de su vida. Sea o no verdad, lo cierto es que la rectoral de Santo André de Vea inspira paz. Un impresionante castaño saluda al visitante junto a la puerta principal y en la parte posterior de la casa una finca inmensa cobija un naranjo centenario, decenas de frutales, una buen huerta y hasta un pozo de agua que da para hacer unos largos.
Todo ello ha vuelto a cobrar vida —igual que los impresionantes suelos de madera de la rectoral— gracias a la llegada a la parroquia de Martín Kouman.
De Costa de Marfil a Vea
El próximo sábado se cumple un año desde que el sacerdote Martín Anani Kouassi Kouman, originario de la ciudad africana de Tandá (Costa de Marfil), aterrizó en Santo André de Vea para ejercer de párroco, encargándose además de las parroquias de Santa Mariña de Barcala, el santuario de la Merced en Bandín (Padrón), San Miguel de Barcala y Santa María de Couso. A su llegada, el párroco alquiló una pequeña casa con finca en San Xiao, pero con el tiempo y con mucho esfuerzo, Kouman ha conseguido hacer de la rectoral una casa habitable a la que quiere invitar a todo aquel que busque un rato de paz, de conversación o de compañía. «No es la casa de Martín, es la casa de todos», subraya.
El Arzobispado asumió el coste de las obras de albañilería necesarias para hacer habitable la vivienda. Se suprimieron habitaciones para construir tres baños nuevos, se arregló la cocina y se realizaron trabajos de pintado o enyesado. Pero la colaboración de los vecinos también fue esencial. Fueron ellos quienes ayudaron a Kouman a vaciar la vivienda, que estaba repleta de viejos muebles y colchones en muchos casos inservibles, quienes colaboraron en la limpieza tras las obras, en trabajos de pintado y barnizado, limpiaron la finca y hasta aportaron mobiliario para hacer habitable la rectoral.
Mucho cariño y poco dinero
«La casa era como una selva. Todavía queda mucho por hacer, pero ya se puede vivir en ella», cuenta el párroco feliz. «Todo fue hecho con mucho cariño y con poco dinero. Estos vecinos son una bendición de Dios. No puedo decir otra cosa», comenta.
Los vecinos también le regalaron a Kouman un mastín llamado Thor y otros animales que él ahora cría con esmero. El párroco tiene un buen gallinero, un carnero, cuatro cabras y dos ovejas. «Y una en el congelador», dice riendo. Para él solo no necesita tanto alimento, pero a Kouman, que es hijo de una familia de campo, le gusta tener sus animales y su huerta y compartir luego los frutos de su esfuerzo con vecinos y amigos. En su huerta hay acelgas, tomates, pimientos y lechugas. También hubo buenos repollos y una franja de maíz para garantizar el alimento a las gallinas.
En el importante lavado de cara que ha sufrido la propiedad en solo unos meses han colaborado Kouman con su esfuerzo e ingresos y muchas manos amigas. Incluso las de los familiares del sacerdote, que este verano vinieron de visita y también se aplicaron en la rehabilitación.
Sin embargo, todavía queda mucho por hacer. Lo más urgente es la reforma eléctrica, ya que las luces chispeantes y el cableado a la vista de hace muchas décadas suponen un riesgo. Y lo segundo la calefacción, que aunque existe ha dejado de funcionar.
Martín Kouman no se queja. Su propósito es seguir avanzando en la reforma poco a poco y afrontar su segunda meta: crear un punto de encuentro y ocio semanal para combatir la soledad de los mayores. Para ello también se han dado pasos. Los vecinos han creado la asociación Entre Veas, que en breve comenzará las obras de reforma del teleclub de Santo André. En él Kouman desplegará luego su sentido de la pastoral: compartir su alegría de vivir.