Hay momentos de la historia universal que se recuerdan y aparecen simbolizados en una imagen. Una de ellas, de las más terribles, ver saltar al vacío a personas cuyo desespero les lleva a tirarse sin opción de vida alguna. Es la expresión del fracaso y la impotencia.
Cuando en 1929 algunas personas se tiraban, en un jueves negro de octubre, estaban expresando la enorme desazón que les suponía el perder todo por lo que habían luchado. Cuando el 11-S vimos a quienes se tiraban, perseguidas por el fuego y la destrucción, interiorizamos la impotencia de no poder echarles una mano. Cuando vemos a algún ciudadano español tirarse por la ventana de su vivienda cuando se aproxima la comisión judicial para ejecutar una deuda hipotecaria, nos decimos: el banco tiene derecho a cobrar, pero no aplicando cláusulas que pueden ser abusivas.
Hasta aquí hemos llegado. Algo ha fallado y hay que ponerle remedio. No podemos aceptar que en el sistema económico en que vivimos se propicie el espanto de las imágenes-ventana.
La Ley de Medidas de Protección de Derechos Hipotecarios ha aportado los mimbres para evitarlo. Los jueces, en general, como han hecho los de Vigo y Pontevedra, aportan la urdimbre. La aplicación de la ley no puede llevar a la exclusión social, y más si hay cláusulas abusivas. Por eso es tan acertada la decisión de los jueces que, para dar tiempo a comprobar la existencia de aquellas, han suspendido las ejecuciones.
Una deuda no puede conllevar que se embargue y venda un riñón, y la vivienda habitual es para muchos su riñón.