El fantasma de una caída generalizada de precios, un auténtico veneno para la economía, sobrevuela el Viejo Continente
17 abr 2014 . Actualizado a las 07:00 h.Un nuevo fantasma acecha a Europa: la temida deflación. Hay que conjurarlo. Y todas las miradas se posan implorantes en el hechicero: Mario Draghi. La magia de sus palabras, pronunciadas en el momento más crítico de la crisis, el verano del 2012, sirvió para arrancar a España e Italia de las garras de los especuladores y encauzar la hasta ese momento indomable crisis de deuda. El eco de aquel ya famoso «haremos todo lo que sea necesario para salvar al euro» todavía retumba en los oídos de la vieja Europa. Suena a música celestial.
Y parece que su magia sigue intacta. Después del último consejo de gobierno del BCE le bastó hablar de «consenso» en el seno de la institución para, llegado el caso, emplear toda la artillería y abatir al lobo de la deflación, para calmar los miedos. No dijo que la utilizaría, solo que estaba dispuesto a hacerlo. Desenfundó, pero no disparó. Y, aun así, fue suficiente.
Pero ¿bastará esta vez con el bálsamo de las palabras? ¿Obrará otra vez Draghi el milagro sin tener que actuar? Parece que no. Y eso, porque ahora la amenaza es real, y no fruto de una endemoniada especulación como en el verano del 2012. Tan real y preocupante debe ser el peligro que hasta el todopoderoso Bundesbank, tan ortodoxo él, ha dado su brazo a torcer y otorgado el plácet para que el BCE ponga sobre el tapete sus armas menos convencionales.
En cualquier caso, no será hasta el 8 de mayo, cuando Draghi y los suyos, reunidos de manera extraordinaria en Bruselas, muestren sus cartas al mundo. Sabremos entonces si sacan o no los pies del tiesto de la ortodoxia monetaria.
Deshojando la margarita
El italiano lleva meses deshojando esa margarita. Y lo que planea en el ambiente es la sensación de que ha llegado la hora de la verdad y de que, esta vez, pasará de las palabras a los hechos.
Pero ¿qué guarda el BCE en su arsenal? Varias son las armas que vela Draghi. La más potente, aquella que, haciendo de tripas corazón, le haría mirarse en el espejo de la Reserva Federal e invertir miles de millones de euros en comprar bonos -públicos y privados-, inyectando así liquidez en el sistema y facilitando el crédito. Parece la más factible. Hasta ha disparado con ella. Con balas de fogueo, eso sí. Publicaba hace unos días el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung que los expertos del BCE han realizado estos días varios simulacros de ataque. Han recreado lo que pasaría si la entidad dedicase a ese menester un billón de euros en un año, a razón de algo más de 80.000 millones de euros al mes. La conclusión: en el peor de los casos, la inflación solo crecería el 0,2 %, y en el mejor, hasta el 0,8 %.
Tiene también la autoridad monetaria otras balas en la recámara: una nueva rebaja de los tipos (ya en sus mínimos históricos, por lo que su alcance es limitado) o cobrar a los bancos por guardarles el dinero en la caja del BCE (para forzarlos así a conceder créditos).
Las consecuencias
Pero ¿qué tiene la deflación que a todos les pone los pelos de punta? Los economistas suelen admitir que les da más miedo que la inflación. Esta última saben cómo combatirla, la terapia contra la primera no está tan clara. Se trata de una caída generalizada y persistente de los precios que acaba por bloquear la economía. Veneno puro. La idea de que los precios van a seguir bajando frena muchas decisiones de compra. Y la expectativa de devaluación de los activos hace lo propio con la inversión de las empresas. Pero hay más. Aunque los precios bajan, es harto complicado que los salarios, en términos nominales, se reduzcan, lo que lastra los márgenes de las empresas.
A todo ello hay que sumar que, en términos reales, las deudas crecen y su pago, con unos sueldos congelados y unos ingresos empresariales a la baja, se complica sobremanera. Por no hablar de que los activos a los que van ligados los préstamos pierden valor (lo saben bien muchos de los españoles que cargan con hipotecas). Una pesadilla de la que solo se sale consumiendo. Pero, para consumir hay que tener un trabajo. Y aquí hay casi seis millones de personas que no lo tienen. Por eso, el Fondo Monetario Internacional sitúa a España como el país de la zona euro que más cerca anda de la la temida deflación. Ese demonio que, en resumidas cuentas, lastra el crecimiento y la creación de puestos de trabajo, y dificulta el control de la deuda pública, el ajuste fiscal y el deseado incremento de la competitividad.