El anuncio del gobierno de la prohibición de vender coches con motores de combustión a partir de 2040 se une a la ofensiva que contra los diésel en especial ya había emprendido en el mes de julio la ministra Teresa Ribera. Parece como si el cambio climático, más concretamente la rebaja de emisiones de CO2 en España, se solucionase con acabar con la actual movilidad automovilística que curiosamente solo provoca el 20% de las emisiones.
A tan largo plazo es muy difícil de evaluar los efectos de esta decisión en una industria española que ya acusa el mazazo de que los conductores hayan dado la espalda a los diésel, algo que se está reflejando muy especialmente en las ventas de los últimos meses.
Lo del 2040, si se aprueba, supone ponerle fin a una era automovilística que nació hace ciento veinte años y que supuso la conquista de la libertad individual del ser humano. En los albores de 1900 pasábamos del caballo a la motorización y en 2040 pasaremos del coche autónomo a no se sabe qué porque de momento la viabilidad del coche eléctrico o del de hidrógeno y sobre todo la sostenibilidad en ambos casos, está por demostrarse.
Es cierto que tenemos que caminar por la misma senda que nuestros socios europeos y Francia y Reino Unido, por ejemplo, ya han hecho propuestas semejantes a la española, pero siempre resulta más fácil dinamitar el automóvil como lo conocemos hoy en día cuando no se tienen diecisiete centros de producción en el territorio, que dan trabajo a dos millones de españoles y que generan más del 10% del PIB.
El Gobierno debería de tener más cuidado con estos datos y sobre todo explicar cómo quiere hacer la Rrvolución del CO2, sin perjudicar un sector tan estratégico en España como el del automóvil.
Y sería bueno, que para tranquilizar empezase por dar ejemplo. Desde el Jefe del Estado hasta el último funcionario con coche oficial debería dejar de utilizar el diésel o la gasolina en sus vehículos y transportarse en eléctricos. Lo mismo para todos los vehículos industriales de servicio en todas las administraciones y siguiendo por el transporte público.
Sería loable empezar a instalar postes de recarga en todos los edificios oficiales y habilitar plazas en ellos para aparcar coches eléctricos. Y así sucesivamente, predicar con el ejemplo, para mostrarnos el camino, porque en esa hoja de ruta hay mucho escépticos, empezando por millones de españoles que tienen que salir a trabajar todos los días en un humeante diésel antiguo porque el salario base no le da para otra cosa.