La guerra de Gaza pone a prueba una economía europea ya debilitada por la de Ucrania

J. m. camarero / E. Martínez MADRID / COLPISA

ECONOMÍA

El continente se ve de nuevo sitiado por su dependencia energética y comercial de socios cada vez más inestables

22 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Sin haber superado las tensiones de la pandemia y de la invasión de Ucrania, la economía de los Veintisiete vuelve a verse comprometida con el conflicto que enfrenta a Israel y Hamás, más alejado de sus confines, pero que igualmente amenaza con hacer que Europa sea el territorio más perjudicado por la escalada bélica en Oriente Próximo.

El origen de los nuevos males es el mismo que el de los antiguos: la dependencia energética, la necesidad de aligerar los flujos comerciales, y las relaciones que mantiene la UE con unos socios que tienen los conflictos geopolíticos al orden del día. «No ha pasado nada porque no ha habido interrupción de suministro y apenas unos sobresaltos en los mercados», explica Gonzalo Escribano, investigador principal y director del Programa de Energía y Cambio Climático del Real Instituto Elcano. Pero «la onda geopolítica es tan grande que nos llegará por muy lejos que estemos».

El mejor termómetro para medir el impacto que puede tener el conflicto en Gaza es el petróleo. Su precio ha subido más de un 10 % desde que estalló la guerra. Entre los países del golfo Pérsico (Arabia Saudí, Omán, Irán, Kuwait, Irak y Emiratos Árabes) generan un tercio de la producción mundial de crudo. Y son conscientes de la influencia que tienen en los precios, que ya rozan los 100 dólares por barril de Brent. Aquí un apunte: por cada dólar que suba el petróleo, la economía española debe dejarse 300 millones para afrontar el gasto.

Buscar buenos amigos

Muchos de esos países son los suministradores de petróleo y derivados a Europa. Por ello, Escribano aconseja acelerar el camino ya iniciado tras el conflicto ucraniano y diversificar a sus proveedores. «Si dependiésemos menos del gas y el petróleo y hubiésemos avanzado antes en renovables y en haber procurado un abanico más amplio de suministradores energéticos, y no solo de países con problemas de gobernanza o que dependen de la estabilidad geopolítica de la zona, no tendríamos ahora este problema», dice.

Esa búsqueda de alternativas comenzó tímidamente con la crisis de Ucrania. Así lo explica Antonio Delgado Rigal, doctor en Inteligencia Artificial y consejero delegado de AleaSoft Energy Forecasting: «Las reservas de gas en Europa se encuentran llenas al 98 %, lo que permite afrontar el invierno con relativa tranquilidad». Aunque también apunta que «la seguridad de suministro sigue siendo frágil y esto se refleja en la volatilidad de los precios del gas cada vez que aparece la sombra de un posible evento que pueda distorsionar el suministro global», como en el caso de Oriente Próximo.

Más inflación

La suma del conflicto árabe y de las tensiones energéticas para Europa se han traducido en inflación. Cuando parecía estar más controlada que en los últimos meses, los precios pueden sufrir nuevos repuntes en esta recta final de año. Todo dependerá de la evolución del coste del combustible. Hasta ahora no ha dado síntomas de inestabilidad, a pesar del repunte del petróleo. Fuentes del sector indican que los precios siguen contenidos porque el consumo ha bajado tras el verano. Donde sí podría notarse sería en el diésel, cuya demanda comenzará a aumentar en pocos días por la caída de las temperaturas.

Las estimaciones del Banco de España anticipan un fin de año con una inflación media en el entorno del 4 %. Nada que ver con el 8,4 % del 2022, pero aún lejos del objetivo de estabilidad del 2 % marcado por Fráncfort. Para Javier Rivas, profesor de EAE Business School, «el conflicto provocará presiones inflacionarias que pondrán en duda el final del ciclo alcista de tipos». «Todo esto incide en una posible recesión técnica, algo más larga en las economías centrales de la zona euro y la posibilidad de que otras, como España, puedan sufrir menor crecimiento», anticipa este experto.

El pescado, la carne y el aceite de oliva son los productos cuyo consumo más ha caído por la inflación

La subida del petróleo a raíz de la crisis de Oriente Próximo acabará reflejándose en el precio de los alimentos, auguran las organizaciones agrarias

Los españoles están sufriendo una subida de precios que parece no tener fin. Tras la pandemia la inflación comenzó a elevarse por el bum de demanda y la falta de oferta, pero el estallido de la guerra de Ucrania en febrero del 2022 no hizo más que empeorar la situación. Al encarecimiento de la energía se le sumó el de los alimentos, una pata muy sensible para las economías familiares. Los hogares están desembolsando por sus alimentos un 20 % más que en febrero del 2022, según datos del INE.

El encarecimiento se hace aún más evidente si se fija como punto de partida febrero del 2020, días antes de que estallara la pandemia. Los alimentos costaban un 32 % menos que ahora. Su precio ha sufrido la falta de oferta por los problemas de suministro derivados de la guerra de Ucrania, las malas cosechas por la sequía en España y ahora, ante el reciente conflicto en Oriente Próximo, la situación no tiene visos de mejorar.

Desde COAG aseguran que la repercusión del conflicto será muy escasa porque España exporta e importa muy poca producción agrícola a Israel, pero a nivel de costes sí impactará. Su responsable de comunicación, Rubén Villanueva, explica que la subida del petróleo hará encarecer el gasoil agrícola en un momento especialmente sensible para el sector porque comienza la siembra de cereal. Además, también subirá el precio de los plásticos para los invernaderos y otros costes del sector que afectarán en la cuenta de resultados de los agricultores, lo que se terminará reflejando en los precios de los alimentos.

Entre los productos más penalizados por los consumidores por la inflación acumulada destacan el pescado, la carne y el aceite de oliva. Y su compra se ha desplomado hasta un 60%, según la OCU.

La organización de consumidores alerta además de que la mitad de los encuestados reconoce que ha tenido que reducir sus compras de fruta, verdura y lácteos, productos básicos de la cesta de la compra y que son difícilmente sustituibles.