El futuro de un niño se juega en los cursos de Primaria, no en el Bachillerato o la Universidad
EDUCACIÓN
En colegios como el de Vilaxoán, el profesorado puede improvisar soluciones intuitivas para los alumnos con necesidades especiales, pero la única solución es contar con personal especializado
30 nov 2024 . Actualizado a las 19:22 h.En el 2001, tras veinte años impartiendo docencia en los institutos de Fontecarmoa y Vilaxoán, me trasladé a un instituto de la provincia de Cáceres y allí me encontré con unos alumnos que nunca había tenido en Vilagarcía. Eran los acné. Pensé, en mi ignorancia supina, que se trataría de alumnos adolescentes con problemas de adaptación por culpa del acné juvenil y, en consecuencia, habría algún apartado en el temario o alguna actividad educativa específica para reforzar su autoestima.
Me sorprendió que la docencia en Extremadura llegara a un grado de sofisticación tal que hubiera un programa educativo especial para el alumnado con espinillas. Sospeché que si la atención educativa llegaba al extremo de ayudar a superar los efectos psicológicos derivados de la inflamación crónica de las glándulas sebáceas en los adolescentes, ¿qué no haría la Consejería de Educación para escolarizar convenientemente a los alumnos con problemas más graves?
Llegaba de Galicia, donde no conocía ningún programa de adaptación y apoyo a los alumnos con problemas, discapacidades, necesidades, riesgo de exclusión, etcétera. Y menos, claro está, con atención específica a los alumnos acné.
Sin enseñanza inclusiva
Aunque parezca una broma, lo que les cuento es cierto y su interés estriba en que en Galicia, antes del 2001, no había oído hablar de enseñanza inclusiva, atención especial a alumnos con problemas, profesorado experto en pedagogía terapéutica ni nada parecido. Comenzó el curso y mi sorpresa fue grande cuando en el horario me asignaron tres horas para impartir clase de Lengua en un aula con alumnos acné. Pregunté que cuántos estaban en esa situación tan peculiar y me aclararon que toda el aula. Me pareció excesiva tal discriminación. ¿Cómo era posible que agruparan a los escolares con espinillas en clases marginales? ¿Se trataba de un caso incomprensible de exclusión por granos? No podía ser tal disparate.
Y no. No lo era. Si hubiera preguntado en lugar de callar por prudencia, habría adivinado que los estudiantes ACNEE eran Alumnos Con Necesidades Educativas Especiales. Así que allí me vi, frente a un grupo de chicos cuyas familias estaban desestructuradas, eufemismo que venía a significar que sus padres estaban separados, pero el padre no pasaba dinero, que había problemas de adicciones varias en los progenitores, que la violencia doméstica era un problema cotidiano en sus casas o que, sencillamente, les costaba aprender por otras razones y precisaban de un apoyo especial y de adaptaciones curriculares.
Para poder salir del paso
Salí del paso como pude pues ni había conocido alumnos oficialmente ACNEE durante mis veinte años en Vilagarcía ni nadie me había formado para impartir docencia en esas circunstancias especiales. Lo bueno era que, además de los docentes habituales, había otros profesionales expertos en la educación especial y entre unos y otros, salimos del paso y fuimos capaces de educar a los alumnos con acné con cierta profesionalidad.
Pero lo más extraño, ya digo, era que en Vilagarcía no había conocido esa figura del alumno con necesidades especiales. Esto no quería decir que no los hubiera; simplemente, no se les prestaba atención y así parecía que el problema no existía. Es verdad que pronto se empezó a atender en Vilagarcía y en Galicia a los estudiantes con trastornos de conducta, desarrollo, discapacidad o altas capacidades. Los estudiantes con ansiedad, estrés, retroceso o frustración tuvieron personal docente formado que los educaba de manera específica y, aunque las siglas de estos alumnos han cambiado con los años y las autonomías, denominándose ACNEE, NEE, NEAE o TEA y recibiendo unas enseñanzas adaptadas gracias al PPI, el PACI, el IPI, el PCC, la IAP, el PPA, la CCI, el ICP, la PSC, etcétera, lo cierto es que en estas siglas se sustancia la preocupación por el alumnado que tiene más dificultades de aprendizaje.
Este gazpacho de letras mayúsculas parece más un despropósito que un programa complejo de acción educativa. Invita incluso a pensar que nada bueno puede salir de ese batiburrillo de siglas. Y quien piense así tiene algo de razón porque, en suma, de lo que se trata, más allá de mayúsculas agrupadas, es de que en los centros educativos haya personal especializado capaz de atender adecuadamente a todo tipo de alumnos. Y eso es lo que se necesita en el colegio de Vilaxoán. Sobran siglas y falta personal experto en un centro educativo donde un tercio del alumnado tiene necesidades especiales. Sin ese personal, habrá niños que avancen y otros que se queden atrás de manera irremediable, pues son estos años, los de Primaria, los más importantes en la formación de las personas. Es ahí donde uno se juega el futuro más que en los años universitarios o de bachilleres. Si en la infancia no te atienden, quedas marcado para siempre.
Formación del profesorado
En un instituto extremeño tenía un alumno con síndrome de Down al que no sabía cómo atender por mi falta de formación especializada. Yo sabía dar clase de Lengua Española, el resto era adaptarme intuitivamente. Así lo hice y descubrí que si me acercaba a aquel joven y lo dejaba agarrar mi manga derecha, que está vacía al faltarme ese brazo, se quedaba tranquilo, atendía y hasta participaba. Aquello funcionaba, pero era un parche. En Vilaxoán sucede algo parecido: el profesorado puede improvisar soluciones intuitivas, pero la única solución es contar con el personal especializado que reclaman a la Xunta.