Y al final Fonseca se quedó triste y sola

ELECCIONES 2016

La Cámara se constituyó inicialmente en el hermoso pero frío pazo de Xelmírez. En junio de 1982, se trasladó temporalmente al de Fonseca. Allí estuvieron los representantes de los gallegos casi siete años

17 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La mudanza de un Parlamento. Los países no hacen estas cosas a menudo. Pero Galicia, a finales de los ochenta, era un país en construcción. La Cámara se constituyó inicialmente en el hermoso pero frío pazo de Xelmírez. En junio de 1982, tras unas reformas que resultaron en un hemiciclo a la británica -con los diputados frente a frente-, el Parlamento se trasladó al pazo de Fonseca, cedido temporalmente por la Universidad. Allí estuvieron los representantes de los gallegos casi siete años, mientras se pensaba en una sede definitiva. «Se barajaba el cuartel de Veterinaria del Ejército, pero también el instituto Rosalía», recuerda Tomás Pérez Vidal, el presidente de la Cámara que llevó a cabo la mudanza. Al final se descartó el centro educativo, muy céntrico y con solera, para evitar protestas ciudadanas.

El cuartel se compró cuando Antonio Rosón era el presidente del Parlamento por 550 millones de pesetas (3,3 millones de euros). «Para las obras de reforma convocamos un concurso de ideas internacional y se presentaron 30 proyectos. Ganó el del arquitecto Andrés Reboredo, y la reforma se realizó en solo 18 meses», recuerda Pérez Vidal.

Cuando se celebró la primera sesión en O Hórreo el hemiciclo estaba terminado, pero aún había obras en algunas dependencias. El Parlamento se inauguró con el himno gallego, todos los diputados de pie, y con el primer debate sobre el estado de la autonomía, con Fernando González Laxe como presidente.

Aquel primer día en la nueva sede fue visto así por el que era cronista parlamentario de La Voz, Xosé Ramón Pousa: «La frialdad de los mármoles de la India, del granito de Porriño y de las piedras del país pesaron como auténticas losas sobre los diputados que ayer se aventuraron al estreno de un edificio en obras, donde el hemiciclo está concebido como una especie de isla en la que se pierden sus señorías, apartados del público, lejos de las cámaras, incomunicados con los periodistas, casi perdidos en un océano de moqueta».

Había cierta nostalgia por Fonseca. «No es que estuviéramos frente a frente, es que allí casi nos podíamos tocar», afirma Tomás Pérez Vidal, a quien no le estresó tanto el traslado como la situación política de entonces, que define como «convulsa».

Recuerda como fuente de conflicto la nueva verja que aún rodea al edificio parlamentario y que sustituyó a la del cuartel. Hubo críticas por rodear el Parlamento con «bayonetas» y separarlo de la ciudadanía. Pero Pérez Vidal la justificó en que en Fonseca habían tenido varias protestas que intentaron entrar en el Parlamento. Pérez Vidal cree que la nostalgia por Fonseca «era porque todos los que estábamos allí éramos amigos».