El día que la democracia pendió de un hilo

La Voz

ESPAÑA

Un cuarto de siglo después de la última intentona golpista, muchos de los enigmas aún no se han resuelto Un diario sueco tituló: «Un militar disfrazado de torero asalta el Parlamento español»

22 feb 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

Un periódico sueco, no se sabe si fruto de los tópicos, tituló de urgencia el 23 de febrero de 1981: «Un militar disfrazado de torero secuestra el Parlamento español». Menos mal que no dijo que el acto se encuadraba dentro de los carnavales. El caso es que cercanas las 18.30 horas, el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero, protagonista poco antes de la operación Galaxia ?intento de secuestro del Gobierno en el palacio de la Moncloa?, volvía a desestabilizar la naciente democracia española y a resucitar el fantasma de la dictadura y del enfrentamiento civil. «Ese día, la democracia española pendió de un hilo», me dijo años después el general Gutiérrez Mellado, cuando ambos coincidimos en Barcelona en una firma conjunta de autores de la editorial Argos Vergara, el Día del Libro. Afortunadamente, el resto de las fuerzas armadas, con la excepción de la tercera Región Militar, que mandaba el teniente general Milans del Bosch ?«espada del Ejército de la Victoria», lo llamaba El Alcázar?, no se sumaron a la intentona golpista y el Rey cumplió con su deber y dominó la situación, sobre todo tras su mensaje televisado a la nación, pasada la medianoche, donde remarcaba que no se obedeciesen más órdenes que las suyas y, en su nombre, de la Junta de Jefes de Estado Mayor. Por si acaso, muchos empezaron a destruir papeles, a ocultarse en domicilios seguros o a marcharse al extranjero. Un caso curioso fue el del diputado vasco Francisco Letamendía, que se fue en una barca rumbo a Francia y, perdido en la oscuridad de la noche, tuvo que ser rescatado por una patrullera de la Armada, a la que tanto había denostado hasta entonces. El misterio principal del 23-F fue la actuación del general de división Alfonso Armada, segundo jefe del Estado Mayor y hombre muy próximo al Rey durante su estancia en el staff de la Zarzuela. Pronto fue detenido y procesado, aunque las pruebas en su contra eran ciertamente evanescentes. ¿Entró en el Congreso para liberar a los diputados y evitar que hubiese derramamiento de sangre o entró para sugerirles que la mejor salida de la situación era que le eligiesen a él presidente del Gobierno? Un Gobierno que, según se dijo, llevaba ya escrito en un papel y en el que figuraban como ministros personajes tan heterogéneos como Felipe González (vicepresidente), Manuel Fraga (Defensa), Ramón Tamames (Economía), Solé Tura (Trabajo), Enrique Múgica (Sanidad), Luis María Ansón (Información), general Saavedra Palmeiro (Interior) y Peces-Barba (Justicia). En una entrevista exclusiva a La Voz, publicada en febrero del 2001, Armada me dijo que cuando entró en el Congreso sólo llevaba en el bolsillo de la guerrera un papel con el teléfono directo del capitán general de Valencia, Jaime Milans. Resulta, pues, extraño que al enseñar al golpista ese papel, dentro de la cámara acristalada donde hablaron, Tejero hiciese gestos de desaprobación, señalando con el dedo algo de lo escrito. Si sólo fuese en el papel el teléfono directo de Milans, no debería haber hecho tales gestos. Pero Armada manifestó después que él no era tonto, y sabía que un presidente del Gobierno elegido bajo la coacción de las metralletas no tenía ningún valor legal. De todas maneras, el consejo de guerra lo condenó a 30 años de prisión, igual que a Milans y a Tejero. Hoy, a sus 85 años, voluntariamente exiliado en su bello pazo gallego, vive volcado en la explotación de camelias y al estudio de Jovellanos, y se niega a hablar del 23-F.