Israel y Hamás acuerdan un alto el fuego en Gaza
El miércoles, Shakira. El jueves, Zapatero-Felipe-Montilla. El viernes, Mas-Pujol-Duran. Este ha sido el cartel en el Palau Sant Jordi estos tres últimos días. La colombiana se lo puso difícil a los políticos porque prácticamente llenó, el PSC y CiU echaron el resto y la emularon, pero el espectáculo de ritmo y caderas de la intérprete del Waka Waka era de pago. El suyo gratis y con todos los autobuses que hicieran falta para la militancia. Al final, sorpresa, a Mas se le saltan las lágrimas al hablar de su mujer. Las emociones, en vísperas de la tan ansiada victoria, están a flor de piel.
Si los socialistas se apresuraron a contar que había 20.000 personas, 2.000 más que en el concierto de la cantante, los convergentes dicen que está más lleno todavía. A falta de ideas, vídeos lamentables y una absurda guerra de cifras. Más aún, antes de que comience el mitin los responsables de CiU conducen a los periodistas a una dependencia del recinto, donde les muestran unas lonas gigantes con fotos de un mitin del PSC. ¿Quieren dar a entender que las utilizó el jueves para cubrir los huecos que supuestamente había en las gradas? «Piensa mal y acertarás», dice uno de ellos.
Duran se reconcilia con Mas
Antes de que hablen los teloneros, Pep Sala entona Boig per tu ('Loco por ti') y las cámaras enfocan a Mas y a su mujer, Helena Rakosnik, que se abrazan. La cosa promete. Comienza la exhibición de pareja feliz.
«¡Jordi, Jordi, Jordi!». Así recibe el público al hombre que presidió la Generalitat durante 23 años. Pujol trae el discurso escrito. La buena nueva que predica es que «hay país», la mala, que Cataluña ha reculado desde que se fue. Tras la intervención plúmbea del «honorable», un enérgico y vibrante Duran i Lleida, muy alejado del tono moderado que emplea en el Congreso, levanta los ánimos dando estopa a diestra y siniestra. Al final entierra su viejo resquemor con el que fuera su rival en la sucesión de Pujol, con el que ha mantenido desde entonces una relación distante. Ahora, dice, está convencido de que Cataluña estará en las mejores manos con Mas. Parece sincero y emocionado.
Con el triunfo en el bolsillo, Mas presenta su cara más amable. No es un mitinero, pero se expresa bien. Se refiere a su «larga travesía en el desierto», que lo ha hecho más fuerte. Ya habla en presidente. Pero, al final, la emoción le puede. Cuando lee la dedicatoria que estampó en el libro de Pilar Rahola, La máscara del rey Arturo - «Por ser la coprotagonista de 30 años de mi vida. Celebraremos las victorias, frente a las adversidades y sonreiremos a la vida que nos ha dado más de lo que nos ha quitado»-se tiene que parar y se le escapa alguna lágrima. Helena sube al escenario para arroparlo y abrazarlo. El hombre templado al que acusan de arrogante también tiene su corazoncito. Es el mitin de su vida, el que le ha hecho definitivamente humano.