Un año y dos semanas en la Moncloa han convertido a Pedro Sánchez en un estadista. Hace cuatro años a estas alturas, se hizo famoso por su enérgica defensa del «no es no». La negativa a votar a Mariano Rajoy y permitir poner en marcha un Gobierno después de cientos de días de parálisis se convirtió en su forma de vida. Por aquel entonces, cuando daba entrevistas y ruedas de prensa casi a diario, se mostraba inasequible. Tanto, que acabó siendo devorado por sus propios compañeros.
El 1 de junio del pasado año se tomó la revancha. Poco antes había reconquistado el poder orgánico y ahora se encuentra en el mismo punto que su odiado Mariano Rajoy, aquel al que llamó indecente en el prime time televisivo. Con 123 escaños, pretende ser investido presidente sin peajes. Tiene derecho a pedirlo, pero la maldita hemeroteca es caprichosa. Quizá no sea Albert Rivera el más sólido adversario para mantener una postura firme durante mucho tiempo, pero el líder de Ciudadanos lleva semanas avisando de que con Pedro, no.
Ayer, desde el púlpito de la Moncloa, la ministra portavoz, Isabel Celaá, olvidó que estaba en funciones y quiso apretar a Rivera. «Que no obstaculice al Gobierno de España», se atrevió a recomendarle, sin duda siguiendo el patrón de conducta que aplicará el nuevo PSOE a los naranjas en los próximos días. Se ve que Sánchez, además de su Manual de resistencia, también tiene el copyright del «no es no». Quizá sea la hora de acordarse de que gobierne la lista más votada siempre. Y no solo cuando a uno le conviene.