Los cinco amigos coruñeses que dejaron su trabajo para ayudar en Valencia: «Nos echábamos nuestras lloradas, pero era llorar y seguir trabajando»
ESPAÑA
Este grupo encabezado por un fontanero formaron parte del ejército de voluntarios tras la devastación de la dana en Valencia. «Lo primero que te encuentras es el olor putrefacto que hay», dice sobre el lodo que inunda calles, bajos y viviendas
16 nov 2024 . Actualizado a las 15:57 h.Esta es la historia de cinco amigos que como cientos y cientos de gallegos lo dejaron todo para ayudar a Valencia tras el paso de la dana el fatídico 29 de octubre.
Isaac Lendoiro, coruñés de la cosecha de 1999, se quita importancia a la hora de contar cómo al ver las noticias de lo que pasaba al otro lado del país le brotó el instinto de la cooperación. Este fontanero de profesión que hace sus pinitos como especialista en el sector audiovisual y sus amigos pidieron de forma repentina vacaciones en el trabajo para recorrer los más de 1.000 kilómetros que hay hasta Valencia. Lo hicieron hace una semana y ahora ya en casa están deseando volver. «Y volveremos», dice con toda seguridad.
En su memoria, «historias muy chungas que no quiero ni recordar». Antes de llegar a Valencia, este grupo, en el que estaban con Isaac, codo con codo, Omar y David Veiga, hizo un bote de dinero y se cargaron de provisiones. Refrescos, productos de higiene personal, «unas karcher, botas, palas... hicimos una colecta y la donamos».
«Fue todo un poco caos porque nos fuimos de un día para otro. Nadie nos alquilaba una furgoneta para ir hasta allí, y menos con las condiciones de la dana. Pero llegó Luxevan, que nos conocía de trabajar con ellos en Voz Audiovisual, y nos cedieron una furgoneta totalmente gratis, nos quedamos muy sorprendidos», explica. También les ayudó la iglesia con la que él coopera y muchos más que pusieron dinero. «Todo lo gastamos».
El primer día que llegamos se encontraron perdidos. «Faltaba mucha organización». Pero enseguida encontraron una iglesia en el entorno de los pueblos más afectados donde hacían falta muchas manos. «Ni siquiera Policía y bomberos sabían a donde mandarnos».
Empezaron por lo tanto a recorrer a pie calles y más calles hasta que llegaron al colegio San Francesc de Guadasuar. «Lo primero que vimos fue que el agua había llegado a 1,5 metros. Vimos a un montón de niños en la zona y ya empezamos a descargar comida, pañales, ropa... todo lo que teníamos. Había gente que necesitaba cosas. Una monja había muerto en el propio colegio. Era muy fuerte».
El trabajo fue en todo momento por su cuenta y repartieron víveres a todo el que se encontraron. Después llegó la parte del lodo. «Lo que más necesitan ahora mismo es trabajar, con herramientas y con tiempo. Limpiamos lo que teníamos delante. Limpiamos calles, el colegio, el local de un señor que tenía una tienda de deportes, garajes, un bar...».
Todo esto lo hicieron en gran parte caminando. Ya cuando entraron en Catarroja y Massanassa todo les pareció una barbaridad. «Lo primero que te encuentras es el olor putrefacto que hay. Ese lodo es terrible y yo que hago desatascos, solo puedo decir que los saneamientos, en muchos pueblos, van a tener que levantar el propio asfalto para repararlos. Levanté tapas de alcantarilla y están hasta arriba, en el momento que empiece a solidificar...», dice anticipando que esto no puede ser flor de un día y que quedan muchos meses de trabajo de reconstrucción por delante.
Su trabajo empezó siendo de cinco, pero quien les vio «con barro hasta las cejas», se unió a ellos. Acabaron siendo, con voluntarios que llegaban nuevos, un grupo de treinta personas. «Nos fuimos a un bajo a vaciarlo entero y nos pusimos de acuerdo para tirar muebles, otros quitaron el brazo, otros sacaron mercancía...».
En su memoria, el agradecimiento de los vecinos, aunque la ayuda no fuera directamente para ellos o sus viviendas. «Algo que nos llamó la atención es que muchos no te pedían ni ayuda. Veías la casa a lo mejor reventada y te decían, "no, no me ayudes"». Eran conscientes de que había paisanos con más necesidades. «Estuvimos en el barranco del Poyo, en Torrent, y fue de lo que más nos impactó. En el acantilado había una casa medio derruida, se había llevado media casa por delante. Y había un señor en la ventana. Le dijimos si necesitaba algo, lo que fuese, y nos dijo que no hacía falta, "esto ya está muerto". Es la frase que más me marcó del viaje, esa cara de que no había nada que hacer».
Se volvieron con una sensación extraña y «a la vez bonita» por la solidaridad. Grabados, testimonios muy duros. Cosas que fueron reales, no bulos de internet». En su mente sigue volver. «Ya echamos nuestras lloreras. Pero fue llorar y seguir. En mi vida había visto algo así».