Por mucho que a la una de la madrugada todo el mundo tenga muchas ganas de irse a su casa, también los diputados, la Comisión de Hacienda de este lunes pasará a los anales del Congreso como la jornada del esperpento. A la tercera tampoco fue la vencida y a María Jesús Montero — la ministra que se hizo famosa por aquel «chiqui, 1.200 millones no son nada, se sacan de un lado para el otro y listo» en sus primeras cuentas— ya le han cogido el truco. Todos los aliados del PSOE saben que las promesas que les hagan la titular de Hacienda o el mismísimo Pedro Sánchez tienen el recorrido que quiera darles el fugado Carles Puigdemont. Si desde Waterloo el dedo gordo de la ira apunta hacia abajo, a la Moncloa solo le queda convertirse en una capillita y ponerse a rezar para evitar la humillación pública por su debilidad.
Con las del lunes, la coalición y la mal llamada mayoría progresista, que ya ha quedado claro que no existe, sigue acumulando derrotas. Casi medio centenar desde que hace un año tomara posesión Pedro Sánchez con su endeble alianza con los separatistas vascos, los restos del independentismo catalán, el nacionalista gallego y Sumar. Aitor Esteban, que sabe más por veterano que por sabio, ya se lo advirtió a los socialistas: «Vais a necesitar que os votemos todos todo el tiempo». Su augurio se ha confirmado doce meses después. Mientras los nacionalistas vascos siguen haciendo caja casi cada semana, las necesidades urgentes del resto de los españoles pasan a un segundo plano. Véase con la dana, por ejemplo.
Conste que Sánchez solo se aprovecha de la necesidad de sus teóricos aliados de ser engañados para mantener la ficción de la estabilidad. A casi nadie le interesa ir a elecciones. Al PNV no le interesa medir el alcance de su debilidad ante Bildu, que sigue sacando etarras de las cárceles cada semana. Esquerra bastante tiene con su guerra interna. Y Sumar es ya un proyecto agonizante que necesita el poder para mantener las costuras selladas de lo poco que le queda.
Y Puigdemont, al que tampoco le conviene el fin de la legislatura, pero que le da igual casi todo porque sabe que la amnistía va para largo, huele la debilidad de todos ellos y les impone su ley. También a Sánchez, que ha pasado más de cien días del último año fuera de España para huir de un escenario que le espanta. Lo malo para él es que los problemas no desaparecen. Y hasta Podemos se quiere cobrar su factura. Este jueves será otro día largo y con final incierto. Veremos cuántos socios quieren seguir dejándose engañar.