Aprendimos, no aprendimos


Con el  covid aprendimos que somos capaces de adaptarnos con rapidez a una nueva forma de vivir. Parecía muy exagerado que en algunos lugares proyectasen construir un nuevo hospital en semanas. Pensábamos entonces que, en todo caso, si el virus llegase al continente nuestro sistema sanitario estaría preparado para combatirlo. Pero no fue así. Cuando se trata de una pandemia la preparación requiere conocimiento e información. En tiempo récord la investigación fue capaz de secuenciar el virus y desarrollar test para el diagnóstico de la infección. Sin embargo, transcurrían los meses y permanecía la gran incertidumbre sobre el mecanismo de transmisión. Se recomendaba la limpieza de superficies y el lavado de manos, pero existían muchas dudas sobre la mascarilla, aún tratándose de una infección respiratoria. Parecía que habíamos olvidado que otros virus respiratorios como la gripe también se transmiten por un mecanismo muy similar (gotas que emitimos al hablar, toser, estornudar... ) y tampoco recordábamos que aquellas pandemias cuyo mecanismo de transmisión es la vía respiratoria son las más devastadoras. El covid paralizó nuestras vidas y puso al límite los hospitales. Esta situación nos hizo despertar del sueño en el que vivíamos pensando que las epidemias no ocurren en países desarrollados, que la contaminación ambiental afecta poco a la salud y que es un invento de ecologistas. Del covid-19 aprendimos que lo que respiramos importa. La mascarilla, el distanciamiento social y la ventilación deben quedarse con nosotros en su justa medida. Aprendimos que la mascarilla «anti-covid» destierra catarros, gripes y otros virus. El efecto tan temido de la coincidencia de gripe (ésta, junto con otros virus respiratorios, son la primera causa de muerte por infecciones en invierno) e infección por covid-19 fue salvado.

Aprendimos mucho, pero quedan todavía otras tantas incógnitas. Actuar de forma precoz salva vidas. Ya sabemos que hay pacientes asintomáticos contagiosos, que la cuarentena funciona y es la forma de romper la cadena de transmisión (es la vacuna al alcance de todos). También conocemos la importancia de intervenir con rapidez cuando la incidencia acumulada se aproxima a los límites de seguridad aconsejados por la OMS o tenemos signos de alarma como el aumento del virus en aguas residuales. Cuando las decisiones se basan en el número de camas ocupadas y enfermos en la uci ya llegamos tarde.

Conocemos que el órgano diana por excelencia de esta infección es el pulmón, pero el covid-19 puede afectar a otras partes del organismo. De la neumonía por covid-19 conocemos que aumentan los problemas cardiovasculares y no se pueden descartar secuelas en otros órganos. Todas las especialidades deben estar preparadas para hacer frente al covid-19.

Pero hay lecciones que no estamos aprendiendo. El covid-19 puede y debe prevenirse y afecta a cualquier edad. Afortunadamente ya disponemos de una vacuna eficaz y segura, pero debemos tener claro que tiene que llegar a todos los países para vencer la pandemia. Tampoco aprendimos que es necesario un sistema público de salud mejor dotado y con más infraestructura. Hace falta mucha más inversión en ciencia básica, que tanto se ha abandonado. Ahora todos nos preguntamos por qué los científicos no consiguen una cura o cómo en España todavía no tenemos nuestra vacuna.

El  virus está aquí para recordarnos que la suerte no está echada. Aprovechemos los buenos hábitos adquiridos: lavado de manos, ventilación de espacios cerrados, y, si tenemos un catarro, pongamos mascarilla, evitemos contactos sociales y no visitemos a nuestros mayores. No debemos dejar pasar esta oportunidad para enseñar en los colegios buenos hábitos de salud. Recordemos: «El que escribe en el alma de un niño escribe para siempre».

Por Carmen Montero Jefa del Servicio de Neumología del CHUAC

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