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La tormentosa relación entre el cantante y la actriz tuvo en Madrid, la Costa Brava y Andalucía escenarios de excepción
28 jun 2015 . Actualizado a las 19:34 h.En 1950 España era un país que comenzaba a sacudirse lo peor de la posguerra, pero que continuaba siendo impermeable a casi cualquier influencia del extranjero. La que llegaba, lo hacía mutilada por una censura que no tenía reparos en reescribir diálogos que incluso podían alterar el sentido de una película. No obstante, el cine era uno de los divertimentos más comunes ?entre la década de los 50 y los 60 se pasó de 4.500 a 6.000 salas? y por ello el régimen franquista mantenía una relación un tanto esquizofrénica con las importaciones norteamericanas: por un lado se censuraban, por otro eran el plato principal en la dieta cinematográfica de los españoles.
La faceta como actor de Frank Sinatra fue precisamente la que lo trajo a España en aquellos años centrales del siglo XX. O, más bien, habría que decir que fue su relación con Ava Gardner la que propició sus primeras visitas, aquellas en las que la perseguía en un Madrid de vermús, flamenco y toreros. Son esas estancias las que documenta minuciosamente el periodista Francisco Reyero en el libro Nunca volveré a ese maldito país (Fundación José Manuel Lara), que toma su título con la que el cantante se despidió de España en 1964, tras un altercado con multa incluida. Reyero ha rastreado la prensa de la época, las memorias y entrevistas de personas cercanas al círculo de Sinatra y Gardner o aquellos que asistían como figurantes ?un reportero español, fotógrafos, personal de hoteles? al tortuoso laberinto sentimental en que la pareja convirtió su amor desde sus primeros escarceos, el matrimonio y sus encuentros posteriores al divorcio.
Sinatra aterrizó en Barcelona en 1950 para ver a Gardner en Tossa de Mar, un pueblo de la Costa Brava donde la actriz rodaba Pandora y el holandés errante. No venía en un buen momento. Acababa de cumplir los 34 y se sentía viejo, había roto con el sello Capitol y los gustos en cuestión de música popular estaban empezando a cambiar con rapidez. Se esforzaba por mantener una imagen de hombre familiar junto a su esposa, Nancy Barbato, pero lo cierto es que la pasión por Ava Gardner ya se ha desatado. Con ella bebe en el madrileño Chicote y visita la Feria de Abril sevillana, pero le molesta la presencia de Mario Cabré, el torero que forma parte del reparto de Pandora. Aunque ella niega que hayan pasado de la relación profesional a la amorosa, el matador insiste en que ella está a punto de caer en sus brazos. La pasea, la corteja, la lleva a las corridas e incluso le escribe poemas. Sinatra asiste a todo ello, entre resignado y celoso, antes de marchar de nuevo para Nueva York, molesto también por la prensa local. «Ustedes los periodistas españoles son testarudos», se despide en Barcelona de los informadores.
No ha pasado ni un año y Gardner ya ha olvidado a Cabré y deja caer que está dispuesta a formalizar su relación con Sinatra, a quien su católica mujer pone trabas para divorciarse. «Mario toma las cosas muy en serio. Y Frank está muy enamorado de mí, pero por ahora no quiero casarme. Lo único que me interesa es mi carrera y poder regresar para pasar unas vacaciones en España. Quisiera pasar un año entero entre Sevilla y Madrid», anuncia en una entrevista. La actriz lo tiene claro: «Me gustan los españoles porque son como yo».
Promoción turística
Mientras tanto, España prosigue su apertura. La relación con Estados Unidos se afianza a medida que crece la paranoia anticomunista ?los enemigos de mis enemigos son mis amigos? y ello se traduce en más facilidades para el cine norteamericano, de exhibición y de rodaje. Las películas pasaron a tener un papel estratégico en la promoción turística del país que emprendió Manuel Fraga en cuanto fue ministro: una de sus medidas fue autorizar permisos gratuitos en casos de inversiones cuantiosas e insistió en que los nombres de las localizaciones españolas figurasen en los créditos de los rodajes.
Todo esto coincide con una recuperación de Sinatra como actor, gracias a su memorable papel en El hombre del brazo de oro. No sin esfuerzo, consigue el de Maggio en De aquí a la eternidad, una asignación de la que se han dado varias explicaciones, entre ellas, la que lo relaciona con los vínculos del crooner con la mafia, tal y como recreó el personaje de Johnny Fontane de El padrino.
Pero si el cine vuelve a sonreír a Sinatra, la vida personal es un caos. En 1951 se casa con Gardner, pero los celos minarán un matrimonio que durará poco más de seis años. Sus intentos de suicidio, consecuencia de sus frecuentes depresiones, evidencian que aquella pasión que sentía por la actriz no le trae la felicidad. Por obligaciones laborales pasan mucho tiempo separados y, aunque en las entrevistas le quitan hierro, lo cierto es que Gardner se escapa siempre que puede a España, donde se ha comprado un dúplex en Madrid. Cabré puede ser ya historia, pero en su vida entra otro torero: Luis Miguel Dominguín. En la Navidad de 1953 ella bebe a fondo en España y vive sus aventuras con Dominguín. Sinatra se presenta por su cuenta en el país, dispuesto a buscarla. Según escribe el matador en sus memorias, se le explicó que su mujer estaba en Toledo, cuando en realidad ella estaba con Dominguín en su finca de Cuenca. Con el tiempo ganado gracias a la estrategia del despiste, se la llevaron a Madrid y metieron las maletas por el balcón. Durante esas vacaciones navideñas, Sinatra tuvo que presenciar de nuevo el juego de poder y seducción que se estableció entre el torero y su mujer, a quien trató de recuperar para una vida conyugal más convencional, dejándose arrastrar a Chicote, tablaos flamencos ?donde canta con un guitarrista? y hoteles como el Hilton, símbolo del opulento desembarco norteamericano en el país y faro en torno al que revoloteaban las estrellas de Hollywood que se encontraban de paso.
Incluso después de su divorcio en 1957 ?la separación oficiosa se había producido en 1953? Sinatra volvió a coincidir con Gardner en España. Ella se había asentado casi definitivamente ?fantaseaba con retirarse del cine y abrir una tienda de antigüedades? y él rodaba Orgullo y pasión. Desde El Escorial consiguió contactar telefónicamente con ella, que se presentó en el bar desde donde la llamaba para perderse en la noche.
Ya sin la presencia de Gardner, Sinatra volvería una vez más a rodar un filme, El coronel Von Ryan, que se localizó en Málaga. Durante el rodaje la prensa especuló con que su compañera cinematográfica, Raffaella Carrá, y él se habían enamorado, aunque todo obedecía a una estrategia de la italiana para promocionarse. Del mismo modo, Sinatra cayó víctima de otra estratagema, la puesta en marcha por la actriz cubana Ondina Canibano, quien consigue fotografiarse con él antes de que los acompañantes del cantante le arrebaten la cámara al retratista y se produzca un tumulto en el que Sinatra insulta a Franco. Le permiten concluir el rodaje, pero lo multan con 25.000 pesetas y lo conminan a marcharse inmediatamente. «I?ll never go back to that fucking country again», juró el cantante. Pero volvería.