En un cuento de los hermanos Grimm, el duende Rumpelstiltskin ayudaba a una joven molinera a transformar la paja en oro con su rueca para salvar a su padre de la ira de un rey. Josefa Sanesteban Aneiros, vecina del barrio ferrolano de Caranza, no es a sus casi 83 años ninguna joven molinera, pero tampoco ha necesitado a un Rumpelstiltskin para convertir la paja de nuestros días, el plástico, en algo más valioso. Josefa hace bolsos, gorras, viseras, neceseres... todo con bolsas de supermercado que ella misma recicla. «Ganchillar faise igual, o difícil é facer o hilito», explica mientras coge una bolsa de Gadis, le quita las asas y luego la convierte con unas tijeras en un largo hilo de plástico con el que forma el ovillo.
Josefa es una experta en su «trabajito», como le llama ella. Hace ganchillo «dende cría» y recuerda que en la casa de Lamas, en San Sadurniño, donde nació, «facíamos medias e colchas e de todo». Le va en los genes, es tía de Fina Casal, también reputada «ganchilleira».
Sus hijos aún crían ovejas en San Sadurniño, y le llevan lana que ella misma hila para trabajar. Su casa de Caranza casi parece un museo y el salón está lleno de figuras de lana rellenas. Hay hombres a caballo, «señoriñas da aldea», una cabra dando de mamar a su cría «e ata un raposo con galiña», ríe mientras enseña un zorro con una gallina roja y marrón en las fauces.
Por si fuera poco, Josefa talla «zoquiños de madeira» y teje patucos para bebé, incluso talló su propia aguja de hacer ganchillo. No vende nada, y ha rechazado las invitaciones para llevar sus creaciones a la Feria de Muestras de Ferrol. «É que o fago por botar tempo e para nada máis», explica.
Sus creaciones con plástico aprovechan hasta el límite las posibilidades que le ofrecen las bolsas. Los colores vivos de los logotipos de supermercados y cadenas de alimentación se combinan puntada a puntada para crear dibujos y bordes adornados. Josefa las muestra bastante orgullosa, aunque también hace autocrítica. «Fixen unha gorra, pero non puiden deixar o frontal de pe», dice mientras enseña la visera de béisbol, quizá demasiado blanda en la parte delantera.
La idea se le ocurrió cuando estuvo ingresada en A Coruña. «Estiven sete meses máis aburrida... pero comecei co plástico e lle fixen moitas cousas ás enfermeiras. Mire, traballei toda a vida e agora quedei sola. É duro, pero hai que tirar, é o que hai, ¿non?», ríe.