A estas alturas todos estamos al tanto de que habrá nuevas elecciones generales en junio. Y somos muchos los que estamos cansados de tanta ineficacia en la práctica y tanta retórica en la teoría. Es verdad que, repitiendo elecciones, estamos dentro de la normalidad constitucional, pero no lo es menos que se trata de una evidente anomalía política. Realmente, es un fracaso de nuestra clase política: han tirado por la borda más de cuatro meses sin haber logrado ponerse de acuerdo prácticamente en nada. Ni la derecha entre sí, ni la izquierda entre sus diversas corrientes. Ni, por supuesto, la derecha con la izquierda. Todo fue una pérdida estéril de tiempo, que facilita la continuidad de un Gobierno en funciones, con las limitaciones que eso conlleva. Los personalismos, los egos y la incompetencia para llegar a acuerdos nos han traído hasta aquí. Y en este punto me acuerdo de la novela de José Saramago, Ensayo sobre la lucidez, en la que, reflexionando sobre el sistema democrático, se plantea una revolución pacífica del pueblo cansado de sus gobernantes y de los que aspiran a serlo. En unas elecciones municipales (se intuye que es en Lisboa), más del 83 % del censo electoral vota en blanco. Sólo hay un 17 % de votos válidos, que se reparten los partidos de derecha, centro e izquierda. Y nadie sabe interpretar ese resultado. Se habla de un atentado contra la democracia, se ponen en acción la policía y los servicios de inteligencia, se declara el estado de sitio? Entre los gobernantes y líderes de los partidos políticos cunde la alarma y coinciden en que se trata de un complot de los enemigos de la democracia. Mientras, el pueblo llano vive la situación con total normalidad pues conoce la causa de ese resultado electoral: han decidido votar en blanco porque están hartos de sus gobernantes y de sus políticas reiterativas, cobardes, favorecedoras de sus intereses personales y partidistas, pero de espaldas a las necesidades de los ciudadanos. Lo curioso es que todos los políticos han olvidado que votar en blanco es una opción más que tenemos los ciudadanos a la hora de pronunciarnos en las urnas, tan libre y soberana como la de optar por un partido concreto.
Al margen de la novela (que une a su valor literario el ser un estudio politológico muy válido para tiempos como estos nuestros), creo que los votantes españoles deberíamos responder con algo parecido, con el fin de mostrar nuestra disconformidad ante la incompetencia de estos políticos. Fueron elegidos en diciembre para que se pusieran de acuerdo entre ellos y tirasen todos del carro, que está peligrosamente empantanado. Unos gobernando, otros dejando gobernar y corrigiendo desde sus escaños lo que fuese necesario. No han querido o no han sabido. ¿Por qué vamos a suponer que, si se repiten los mismos resultados, querrían o sabrían hacer lo conveniente? Pero habría que inventar otro recurso, porque aquí tampoco se interpretaría correctamente el voto en blanco. ¿Sabemos, acaso, que en las penúltimas elecciones hubo más de 400.000 votos en blanco, más que los que sumó el PNV, por los que obtuvo 7 escaños? De hecho, desde las de 1977, los votos en blanco se han multiplicado por 9. Los escaños que correspondiesen a estos votos blancos deberían quedar vacíos. Así valdría la pena. A ver si, al verlos, sentían algo parecido a la vergüenza.