E stoy escribiendo el día que empieza la campaña electoral, segunda versión cómica del mismo melodrama, y no puedo sustraerme a la tentación de comentar lo que esta insólita situación me sugiere. En un artículo reciente, parafraseaba yo la teoría que el premio Nobel José Saramago expuso en su novela Ensayo sobre la lucidez sobre la conveniencia de votar en blanco en unas elecciones políticas cuando los ciudadanos estamos hartos de la ineficacia de los políticos. En la novela, el 83 % del electorado depositó una papeleta en blanco, pero ni los partidos ni los gobernantes de ese supuesto lugar supieron interpretar adecuadamente el resultado. Yo, en el artículo, trasladaba esa opción a nuestro país ante las nuevas elecciones y proponía que el voto en blanco se computase como el de cualquier otro partido. De tal forma que los votos que obtenga esta opción, se traduzcan en el número proporcional de escaños, como ocurre con los partidos oficiales. La diferencia estaría en que los que correspondiesen al voto en blanco quedarían libres durante toda la legislatura, y en cada sesión parlamentaria todos veríamos esos asientos vacíos como una clara muestra del disgusto, malestar y decepción de muchísimos ciudadanos ante la incompetencia, egoísmo y falta de miras de los políticos que nos ha tocado sufrir. Los escaños vacíos serían, además de una prueba evidente de repulsa, un permanente aviso y toque de atención diario al resto de parlamentarios presentes en el Congreso para que hagan lo que hay que hacer pensando en el bien de los ciudadanos y no en el de sus partidos o en el suyo propio.
Pero bien sé que todo esto no son más que desahogos teóricos de alguien insatisfecho con lo que está viendo. Habría que cambiar la Ley electoral, consultar al Tribunal Constitucional, al Consejo del Reino, a Bruselas? Utopía pura. Y mientras tanto, para no perder el tiempo, aquí seguimos a lo nuestro. Es decir: a pagar a senadores y diputados de esta ridícula legislatura hasta el último céntimo por un trabajo que no han hecho. Eso sí, todo de acuerdo con la ley. Y el Banco de España a dar consejos de que hay que abaratar más el despido, de que el contrato indefinido es una antigualla que desdice de nuestra modernidad empresarial?, o lo que es lo mismo, que hay que seguir recortando derechos a los trabajadores, que bien pueden con todo. Y, por supuesto, aquí nadie reconoce haber robado o defraudado a Hacienda. Directivos de empresas, políticos corruptos, alcaldes, tesoreros de partidos, ministros, infantas y consortes, ¡hasta futbolistas!, todos son inocentes, ninguno tiene nada que ver con lo que se les imputa. Es, como ya dijo alguien, como un Síndrome de Irresponsabilidad lo que está sufriendo este país. En todos los planos, empezando por el de la política. El no querer entender que el resultado de unas elecciones, sea el que sea, exige llegar a acuerdos, negociar con todos, no poner barreras a nadie y tratar de consensuar lo que sea bueno para el país es un síntoma claro de irresponsabilidad, tan censurable como el «a mí plin», que repiten machaconamente ante el juez los envueltos en delitos económicos. Lo malo de todo esto es que todas las encuestas, incluida la del CIS publicada también hoy, nos anuncian que los resultados van a ser parecidos al de las elecciones anteriores. Preparémonos, pues, para más de lo mismo.