Emocionarse

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

15 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Me gusta la gente que se emociona. Sobre todo, la que se emociona ante aquello que a menudo nos suele pasar desapercibido, que por lo general es lo que convierte el mundo en un lugar mejor sin hacerle daño a nadie. Yo entiendo perfectamente, fíjense ustedes, a quienes se emocionan contemplando un paisaje. No es necesario estar en Roma, en Florencia o en Venecia -maravillosas ciudades las tres, todo sea dicho de paso- para conmoverse viendo cómo se posa la luz del crepúsculo sobre los tejados. ¿No es acaso un regalo del cielo poder esperar la llegada de la noche en San Andrés de Teixido, entre dos mundos, mientras desde el monte, atravesando el aire, viene el relincho de los caballos bravos, y el sol se dispone a hundirse en el mar tras haberse despedido de las campanas? ¿Y no es muy hermoso, también, ver acabar el día junto al monasterio de Caaveiro, en las fragas del Eume, o al pie de la fervenza del Belelle? También a mí me resulta difícil, a menudo, no emocionarme. Hasta los recuerdos me emocionan, a veces. Cierro los ojos, y veo de nuevo a Meu Padriño Ramón cociendo el pan en el horno para llevarlo después por las casas. Y veo a mi madre. Como veo, también, a mi abuela y a mi bisabuela. a las que yo llamaba, respectivamente, Madriña a Nova y Madriña a Vella, aunque igual que mi madre se llamaban Carmen. Me emociona, también, un pequeño escapulario reencontrado en el fondo de un cajón. Me emociona la lealtad de los amigos verdaderos. Me emociona saber que están ustedes ahí, al otro lado del papel y la tinta. Me emociona el canto de los pájaros al amanecer. Y me emociona releer a Valle-Inclán, inmortal entre todos los inmortales.