Las voces calladas

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

10 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Tengo delante de mí una página de un suplemento dominical con la foto de los recientes Premios Nobel de Medicina, Física, Química y Economía, y compruebo que ni sus caras ni sus nombres me suenan de nada. Son, para mí, unos perfectos desconocidos. Lo siguiente que pienso es que aquí algo falla. En un mundo tecnificado, con investigaciones espectaculares en el campo de la ciencia y de la medicina, resulta que somos una inmensa mayoría los que no sabemos nada de quienes son los protagonistas de estos sorprendentes adelantos. Y esta ignorancia viene de lejos. Yo, durante mi infancia y bien entrada adolescencia, creía que Ramón y Cajal, nuestro primer premio Nobel (cuya foto había visto en algún sitio), era un santo, con su barba y mirada profunda, porque se parecía a los santos que protagonizaban la mayoría de las películas que nos ponían los curas en el colegio…

La pena es que, probablemente, muchos de nosotros seríamos potenciales oyentes o televidentes de programas audiovisuales que tratasen temas relacionados con la ciencia y con la tecnología, y que les diesen voz y presencia a todos estos sabios admirables.

En España parece que para ser culto basta con saber de literatura, música e historia, aunque desconozcamos lo más elemental de las Ciencias experimentales, de la informática, de la robótica, etc. Y es un error. En estos tiempos más que nunca se necesita saber algo de todo, de lo humanístico y de lo científico, para alcanzar un nivel cultural eficaz y provechoso. Y para eso nada mejor que aprovechar el gran invento de la televisión y emitir programas en los que se pueda escuchar a personas como estos premiados con el Nobel.

Hay en el mundo, y en España también, científicos, investigadores, ingenieros, arquitectos, filósofos, etc., que tienen muchas cosas interesantes que contar, y nosotros, necesidad de enterarnos. Pero no los conocemos, porque no aparecen ni en las ondas radiofónicas ni en las pantallas. Éstas están ocupadas permanentemente por los mismos de siempre: esos que están enteradísimos de los amores o infortunios de los famosos de la farándula o tertulianos de poco peso y sesgados razonamientos. Es decir, están siempre los que no hacen ninguna falta que estén, los que no tienen nada que decir.

Lo frívolo, lo banal, lo inconsistente es lo que parece interesar. Los otros, en cambio, los sabios y la gente de la investigación, de la ciencia y del pensamiento, están en sus mesas de trabajo, rodeados de libros, silencio y anonimato. Nadie los llama para hablar de lo que saben, ni la televisión, ni la radio, ni la prensa tienen espacios en los que puedan intervenir. Lo lógico, en un país normal y en tiempos normales, sería que se callasen de una vez los de la frivolidad y pudiésemos aprender algo de los sabios.