Acaba de celebrarse el Día de loa Abuelos. Fue como un día cualquiera. Nada que destacar, así lo entendieron quienes administran la importancia de las celebraciones. Ni el más mínimo gesto de reconocimiento público a quienes fueron un factor determinante de la posibilidad de la conciliación de la vida laboral y familiar en una España, no muy lejana, en la que no existían ni escuelas infantiles ni capacidad económica de la mayoría de las mujeres y, aunque en menor medida, también de los hombres, que les permitiese contratar la ayuda necesaria para esa conciliación. Pero, ahí estaban, y aún están, los abuelos. Presentes en la puerta de los colegios, en las plazas o en los centros comerciales, Con ojos hasta en la nuca, brazos siempre abiertos y un amor, imposible de calificar, que envuelve en ternura todo lo que hacen, incluso la regañina.
Sueño con ver algún día una plaza en recuerdo de los abuelos, que aún son tabla de salvación y reserva de generosidad infinita, que ofrecen sin más precio que el de un abrazo de los nietos que les permita escuchar el latido de un corazón que, desde que fue concebido, ya oían, incluso, en la distancia. Tener hijos ”no se lleva” pero la figura de los abuelos, cada vez de edad más avanzada, sigue iluminando la familia y su legado tendría que ser patrimonio nacional a proteger como referencia permanente de valores que no caducan. Y son merecedores de un respeto que les niega la impaciente efebocracia y el insultante edadismo, que discrimina por la edad y la convierte, sin más, en causa incapacitante…Hay que rescatar a los mejores, cabezas bien amuebladas, lúcidas y al día. Mujeres y hombres sabios que no pretenden recibir sino dar.