De la misma manera que la literatura de su amigo Claudio Magris sería muy otra sin los territorios del Danubio, la poesía de César Antonio Molina tiene siempre una de sus grandes fuentes de inspiración en el Eume, río que atraviesa uno de sus territorios vitales más queridos y que además guarda en el corazón de su formidable bosque atlántico al monasterio de Caaveiro. Pero, aunque sea de forma más modesta —sin pretender compararse, ni muchos menos, al Padre Eume—, también el pequeño río de Sáa (cuya profundidad no suele superar las dos cuartas, pero cuyas aguas tienen, igualmente, su aquel muy literario, porque son magníficas para ser navegadas con navíos hechos de papel o de sueños) está presente en la obra de César Antonio, que le dedicó un poema: «Aquí no hay vanidad ni ilusiones —dicen los versos de Molina—. / Aquí no mendigan estas dos piedras / a manera de puente sobre el regato, / ninguna gloria pasada, ni esperan futuro...». Las piedras de las que el poeta habla en esos versos son la pontella que lleva a Sillobre, por la que ahora ya casi nadie pasa —el asfalto la ha ido relegando al olvido—, pero que a mí mucho me gusta ir a ver de vez en cuando, mayormente por recordar lo feliz que me hacía de niño atravesarla para ir a casa de Meus Padriños, a la Casa do Forno de Pedre. Dicen que el Padre Sarmiento pasó una vez por ese puente. Tengo que acordarme de comentárselo a César, que mañana ingresa en el Instituto Cornide con un discurso en el que hablará, cómo no, de libros, y al que dará respuesta Felipe Senén, memoria viva de un inmenso reino.