Tener cicatrices en un rostro enjuto insertado de ojos negro azabache y voz profunda, te marca como actor. Y de la «dictadura» de la imagen en el mundo del audiovisual es difícil escapar. Pero a medida que lo fueron conociendo las personas que forman parte de los departamentos de casting y dirección, comprobaron que la austeridad y el laconismo de Xabier Deive respondían a una forma de ver el mundo y de actuar en consecuencia, honesta y sincera.
Era tan sincero y directo que, al principio, resultaba desagradable. Pero claro, cuando te regalaba una sonrisa, te desmontaba. Y te abría una puerta a un mundo de maravillas, apabullante, donde descubrías su sentido del humor canalla. Eso sí: si ibas a discutir con él, tenías que prepararte. Porque iba a escuchar tus argumentos, pero más te valía que fuesen fundamentados y sólidos, porque los suyos siempre lo eran.
Lo conocí en la serie Matalobos. Yo hacía un pequeño papel en el episodio uno y su personaje, Diego Dourado, le daba instrucciones al mío. Allí, hablamos poco. Volvimos a coincidir en la serie Piratas porque yo acompañaba al chaval, Axel Fernández, que por entonces tenía 10 años. Finalizando el rodaje, me dijo una de las cosas más hermosas que me han dicho jamás: «Si mi hija quisiera dedicarse a esto, querría que la representaras tú». Yo también tengo una hija. Me quedé mudo de emoción. Al ficharme como su representante, además de un inmenso honor, me otorgó su amistad. Nuestro contrato fue un apretón de manos.
Eso, con Xabi, era un pacto de sangre. Era genuinamente de la vieja escuela. Nunca quiso tener «WhatsApp» y no claudicó: «Se queres falar comigo, chamas, ostia!» Me quedó claro desde el principio. Le apasionaban su tierra y la música. Galego falante, exercía de embaixador da súa terra alá por onde ía. Orgulloso e xeneroso. Y, aunque le gustaba la música en general, el rock and roll era su debilidad. Tenía conocimientos enciclopédicos sobre rock and roll. Aí si que, como lle preguntaras, arrincaba a falar e non calaba. Un día le pregunté qué personaje querría interpretar; cuál le haría ilusión encarnar. Y así fue cómo me contó la historia de que cando era rapaz, en su Narón natal, quería asistir a clases para aprender a tocar la guitarra eléctrica.
Que su sueño era ser músico de rock... pero no había clases. Entonces, vio el anuncio de la Escuela de Teatro y se apuntó. El resto es historia del teatro y el audiovisual galegos.
Na convivencia con él, otra de las peculiaridades que descubrí fue que no ponía el aire acondicionado en el coche; te «volaba» la cabeza el ruido del viento al ir y volver, por ejemplo, a Madrid, en el mismo día, para hacer una prueba. Le apasionaba conducir, viajar... En ese sentido, siempre que podía, volvía a casa tras el rodaje. Estuviera donde estuviera, fuese la hora que fuese, por muchos kilómetros que hubiesen... para dormir en casa y poder estar con su familia: su mujer, Eva, y su hija, Irea. Ambas le dieron sentido a su vida.
Tanto talento... tan deslumbrante personalidad... ha provocado que su fulgurante marcha deje un vacío gigantesco. El único resquicio de consuelo que nos queda es saber que, cando rematen todas as bágoas, cando a cicatriz peche aínda que non cure, se nos iluminará la cara y se nos llenará la boca... vendo as súas interpretacións e falando de que tivemos o privilexio de estar con el.