Los cineclubes, una forma distinta de disfrutar la pantalla grande

Carlos Portolés
Carlos Portolés A CORUÑA / LA VOZ

NARÓN

Cedida

En varios puntos de A Coruña hay proyecciones aficionadas de este tipo

02 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Para los amantes del cine, que en esta provincia (y seguramente en todas las provincias del país) se cuentan por miles, la oferta de las salas comerciales sabe a poco. Como no le vale para saciarse un puñado de almendras a alguien que lleva días sin comer, tampoco un pase —casi siempre doblado— de un filme de estreno es suficiente para la persona que padece hondas cinefilias.

Para esto, además de los maratones domésticos (hoy más alcanzables que nunca gracias a las plataformas) están las iniciativas colaborativas como los cineclubs. Entre los oficiales y los oficiosos —al fin y al cabo, cualquier grupo de amigos con un proyector es, en cierto modo, un cineclub— son unos cuantos los ciclos activos en A Coruña.

Uno de los más curiosos es el que organiza la Agrupación Cultural Alexandre Bóveda en el Circo de Artesáns. Es la reedición de las proyecciones que ellos mismos orquestaban en las décadas de los 70, 80 y 90, pero que por desmanes de la vida se dejaron de hacer. En aquel entonces, obras como El Gatopardo, Rashomon o Las noches de Cabiria desfilaron por los proyectores entremezclados con títulos de factura gallega. Actualmente, exhiben un poco de todo, pero poniendo énfasis en la vocación social y cultural. Y han encontrado una mina de oro entre las cintas que, por el paso de los años o cuestiones burocráticas, han salido al dominio público. «Hay grandes obras de cine libres de derechos. Nuestra idea con estas proyecciones es reivindicar estas películas a menudo oscurecidas por la historia», cuenta Martin Pawley, experto en cine que coordina la programación. «A mí también me gustan Casablanca o Ciudadano Kane, pero con estas actividades de intención cultural pretendemos ampliar el foco y explorar áreas menos conocidas. Grandes títulos ocultos, muchos de ellos de cine mudo». Algunas de estas películas se extraen de la librería del Congreso de Estados Unidos, que tiene un profundo y accesible archivo.

El Cineclube Compostela, en Santiago, escribe otro capítulo de esta pequeña historia. Alumbrado en el entorno de la facultad de Periodismo de la USC, llevan desde 2001 peinando los rincones más alternativos del audiovisual para poner acento sobre lo pequeño desde una pantalla grande. Actualmente, celebran sus jornadas en el centro social O Pichel.

«Ao principio tiñamos un circuíto de distribución máis profesional e regrado, pero máis tarde abrímonos a buscar outro tipo de cinema, cousas que non teñen percorrido comercial e que están un pouco nas marxes», perfila Cibrán Tenreiro, unos de los organizadores. Su funcionamiento, al igual que su concepto fundacional (el acceso libre a la cultura), es fundamentalmente democrático. «Os membros reunímonos en asemblea unha vez ao mes para decidir as programacións. Unha vez establecido isto, repartímonos o traballo. Cousas como a presentación da sesión, que fai que a xente que acode a ver a película poida ter algo de información e de contexto sobre ela». Para ello, elaboran unos textos que se incluye en sus «follas de sala», unos documentos que después recogen también en línea, en su blog. «Facemos un traballo voluntario e sen ánimo de lucro para ofrecer sesións abertas e gratuítas», recuerda Tenreiro.

Fuera de las ciudades

Más allá de la ciudad también hay encuentros cinéfilos. En Narón ha sido muy activo en los últimos años el Serie B, que con un concepto original y a contracorriente ha puesto todos los empeños por reivindicar las producciones de bajo presupuesto y el cine de género. El kárate exagerado, los alienígenas verde moco y los vaqueros almerienses.

En Betanzos tiene igual músculo otra corriente del proyeccionismo amateur. La asociación Lar de Unta propone interesantes xuntanzas en su sede. «Todos los meses ponemos una película. Tenemos una persona encargada que elige la programación. Ponemos de todo, desde documentales hasta títulos de animación», narra su presidente, Xabier Doporto, que aclara también, para el que ande despistado, que en Betanzos hay «una gran tradición de amor por el cine».

La Alianza Francesa, un rincón para ver cine aprendiendo idiomas y cultura

Desde 1952 lleva la Alianza Francesa enraizada en la ciudad de A Coruña. Son, dicen con orgullo, el punto de referencia de la ciudad en la divulgación de la cultura francófona. Pero, aunque enseñen el idioma, no son exactamente una academia. Más bien son una mirilla a un mundo vecino.

Sus socios pagan una cuota mensual —bastante asequible, por cierto, apenas tres euros al mes— y a cambio tienen derecho a ser partícipes de una larga nómina de actividades y cursos. Por ejemplo, de las sesiones de su cineclub en versión original. Los títulos que llegan a su pantalla, si bien no son de estreno, suelen ser piezas modernas y atractivas tanto para aficionados al cine como para gente deseosa de adquirir soltura conversacional en francés. «Esta iniciativa se lleva haciendo desde el 2014. En la actividad siempre está presente uno de nuestros profesores, porque después hay un pequeño debate para trabajar la expresión oral», explica Sabrina Bermúdez, directora del centro de la Alianza en A Coruña.

La frecuencia de estos encuentros es variable. De media, «entre dos y tres veces al trimestre». Se hacen en la propia sede (en la calle Real), en una sala, la biblioteca, donde se suelen congregar alrededor de una veintena de personas. Aunque admiten que, si de ellos dependiera, harían algo mucho más grande. «Nos gustaría tener una sala para poder proyectar». Es, no obstante, este matiz íntimo, casi clandestino, como de contubernio, lo que deja el sabor inconfundible de un cineclub. Así, con todas las letras. Un evento que se diferencia tanto en forma como en fondo a la experiencia comercial de la sala de toda la vida. Para gestionar cuestiones técnicas y legales, como la cesión derechos de los filmes seleccionados, cuentan con la colaboración del Institute Français, una entidad pública que también tiene un extenso bagaje social y divulgativo —fue fundado en 1907 por el ministerio de Asuntos Exteriores del gobierno de Francia— y que depende de la embajada gala en España.

También por Santiago se han desplegado las alas, a un tiempo cinematográficas y didácticas, de la Alianza. Aquí tienen, además, una relación muy estrecha con iniciativas afines, como el Cinclube Compostela. En el pasado, en A Coruña hubo simbiosis similares, y no la entidad no cierra la puerta a reeditar acuerdos de esta clase. Porque son conscientes de que, en la oferta cultural de la ciudad, son un bastión. «Versión original en A Coruña prácticamente no la hay ya, quitando algún pase concreto de cines como los Cantones. Y en francés aún menos. Si alguien quiere ver las películas así, el sitio es la Alianza Francesa», ahonda Bermúdez. Prueba todo esto de que ver cine, además de ser un acto lúdico, puede ser extraordinariamente instructivo y edificante. Al final, no deja de ser este arte una simulación controlada de la propia vida.