María Fernández, pionera del socorrismo en Valdoviño: «Mi generación salvó muchísimas vidas pero también hubo muchas muertes»

VALDOVIÑO

Prestó primeros auxilios desde 1970 a 1985 en A Frouxeira, después fue enfermera, pasó por un cáncer y empezó a tatuarse con 65 años
08 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Con una sirena de Bazán para dar la alarma, los primeros socorristas de Valdoviño se ataban con cuerdas para salvar vidas entre las olas de A Frouxeira. Por los rescatados esperaba María Fernández en primera línea de mar, para reanimar y aplicar el boca a boca como profesional de los primeros auxilios. En numerosas ocasiones asistió al milagro de la vida, en otras presenció muertes, por el camino se hizo enfermera. Siempre sosteniendo la mano de los pacientes, algunos eran niños, para que no cruzasen el último umbral. Tiene 69 años y en el primero de jubilación, con 65, pasó por un cáncer de mama. En ese 2020 de la pandemia decidió empezar a tatuarse. Y el primer dibujo en su brazo fue la siguiente palabra: «Resilientes».
Nacida en Ferrol con familia de Valdoviño, pasó en el municipio de las olas todos los veranos hasta instalarse aquí. En 1970 se enroló en el servicio de socorrismo: «Con 16 años tenía la vocación de ayudar, en Valdoviño se moría mucha gente... y entre ellos jóvenes del interior de España que hacían la mili en Ferrol y casi no sabían nadar». Pioneros como Pepe Touceda y Eloy Serrano ya se dedicaban al rescate, con ayuda de bañistas. Pero sobre todo Touceda se metió en Salvamento y Socorrismo, para organizar el servicio con gente que nadaba muy bien hasta crear la primera caseta en A Frouxeira. Desde 1970 a 1985, María participó como primeros auxilios en un equipo de socorrismo que «salvó muchas vidas, aunque también hubo bastantes muertes pues la playa era muy peligrosa».
Aquellos chavales de 15 a 20 años tenían a María «como primera mujer en la caseta, en un servicio que como mucho solo llevaría dos años en marcha». Entre ellos estaban Víctor Pantín, Esteban Ramil (que después fue su marido y con el que tuvo dos hijos) o José Porta. «Yo esperaba en la playa para atender las curas y para la reanimación de los ahogados, mi generación salvó muchísimas vidas y después el mismo equipo puso en marcha el socorrismo en Ferrol», recuerda María.
De Salvamento y Socorrismo, aquellos pioneros pasarían a Cruz Roja del Mar mientras las casetas ya se instalaban en Pantín, Meirás o Campelo. «Presenciamos muchas muertes en las mismas playas, otros muchos que salieron adelante, y otros que murieron a los pocos días; se trataba de un arenal muy peligroso con muchas corrientes, y con gente que entonces se subía a la Pena Percebelleira». Explica que si la corriente cogía al bañista frente a ese islote, «los socorristas tenían que salir a alta mar y bordearlo». Pero también recalca que «todos estábamos empezando, ahora la gente viaja más y está más informada».

La emoción por la pérdida
Esta mujer sensacional se emociona al recordar cada pérdida, sobre todo la de menores. Como la de un chaval que sobrevivió malherido al rescate, «pero murió un mes después». En los últimos años hizo el Camino de Santiago primero con compañeros del cáncer, y después con una amiga. También se tatuó una flor de loto por su renacimiento. Recuerda que «el regalo de mi jubilación fue un menisco, un confinamiento y un cáncer de mama que después llevaría a una exposición con fotos que me saqué durante el tratamiento».
Admite que acabó marcada por la experiencia del socorrismo y la enfermedad. «Recuerdo que un día desapareció un chico en el agua, apareció a la semana muerto y esa misma tarde murió otro; incluso a veces tenía la intuición de que pasaría algo, los socorristas acuáticos eran héroes porque no había ni chalecos», relata María. Tras separarse en el 85, siendo ya enfermera, se marchó a Canarias en el 87 y con el tiempo regresaría a Ferrol donde se jubiló en el Marcide (trabajó en urgencias, UCI y reanimación).
Toda esa vida se asoma en sus tatuajes o en fotos como la que tomó de una rosa roja en honor a Saint-Exupéry: «Duele, duele un montón; pero va a pasar, y cuando sane, más fuerte vas a brillar».