
Manuel Olegario combina el oficio de relojero con la pasión por el acordeón
13 ene 2013 . Actualizado a las 06:00 h.El trabajo de Manuel Olegario Rodríguez Escudero es una labor de precisión que requiere el pulso de un cirujano. El vigués compagina dos cometidos artesanos que implican bucear con tiento en maquinarias complicadas que aparentemente no tienen nada en común. Pero él lo desmiente: «La afinación de un acordeón se hace con limas, que son también básicas para un relojero. De hecho, Höhner, creador de la famosa marca, era relojero».
Aunque sus ancestros están en Bembrive, Manuel nació y creció en Buenos Aires, debido a que sus padres emigraron a la capital argentina. Allí estudiaba con la intención de iniciar la carrera de arquitectura, «pero un par de años antes de regresar a Vigo, mi padre, que tenía una peluquería y no sé por qué siempre tenía allí algún reloj para vender, me sugirió que aprendiera un oficio. Al llegar aquí en 1973 ya empecé a trabajar de relojero».
Manuel recuerda que en aquella época había muchísimo trabajo: «Todos los relojes eran mecánicos, no existían los de cuarzo ni los electrónicos. Entonces reparabas al día entre 30 y 40 relojes al día, eso sí, trabajando mucho más que ocho horas. Ahora las reparaciones son quitar y poner. El cambio es tan drástico que no se arregla, se sustituye la maquinaria completa porque sale más barato que lo que cuesta la mano de obra. Solo se reparan relojes muy especiales, antiguos o muy caros. La relojería ya no es lo que fue, está a punto de desaparecer», asegura.
Cuando empezó, el artesano encontró rápidamente empleo, «pero estuve un mes y me fui porque me di cuenta de que ganaba más en casa, así que me establecí por mi cuenta trabajando para otras relojerías. Después tuve mi primera tienda en las galerías del Cine Plata, luego un taller grande en un piso en Urzaiz encima de donde estaba Prenatal. Desde allí trabajé durante once años para El Corte Inglés y otras casas. Después me trasladé a María Berdiales y a mediados de los 90, a Pizarro».
Él reconoce que su primer oficio, el de relojero, ya no da para vivir. «El reloj de cuarzo bajó mucho de precio y fuimos bajando también el precio de la reparación. Ahora lo mantengo, pero no se puede vivir de esto, nuestro trabajo se ha hecho casi innecesario.
Afortunadamente, el profesional tiene otra vía profesional que además coincide con una gran pasión: la música.
Aprendió a tocar el acordeón a los 8 años. «Esto sí que viene de herencia», apostilla. Su abuelo, Olegario, del que heredó el segundo nombre y su padre, Manuel Rodríguez Soto, eran consumados intérpretes. El relojero cuenta que mientras seguía con el taller de María Berdiales se compró un acordeón, «lo había dejado de tocar porque mi padre se fue a Barcelona y me quedé sin él. Lo compré en Orfeo y el dueño de la tienda me pidió que diera clases, porque en Vigo no había nadie». Así comenzó una carrera paralela que diversificó en los apartados de reparación y venta, así como restauración de aparatos antiguos, oficio que afinó tras decidir ir a formarse al pueblo italiano de Castelfidardo, famoso por sus fábricas de acordeones.
Pero, además, es integrante de varios grupos musicales, como Tarataña (antes Algareiro) y profesor. Ahora da clases en Redondela, en la Escuela de Música de A Rúa de Valdeorras y en otro local que tiene en las galerías de Pizarro, donde también aprende a tocar la armónica, noviciado que compagina con el de gaiteiro y percusionista de folk.
Compositor
En gran parte de su carrera, Olegario ha estado vinculado a la Sociedad Cultural Helios de Bembrive, aunque ya no. Sin embargo, sigue organizado eventos en la parroquia. «Este año hicimos un festival en la calle con la Entidad Local Menor que esperamos repetir», dice el versado vigués, que es también compositor y autor de varios temas dedicados a su barrio, como Pasodoble de Os Ramallos y Rumba do Mosteiro.