«Empresa grande y buena, pero de batalla; la calidad es de otras», dice un «arrantzale»
Mundaca merece una visita. Famosa entre los surfistas por su ola inversa, la villa ha sabido mantener su antiguo e intrincado trazado de callejuelas. En uno de los mesones que abren sus puertas a un paso del viejo puerto pesquero, hoy ganado para la náutica recreativa, un par de arrantzales (mariñeiros) hablan sobre la industria conservera. «No, aquí no, donde están las fábricas es en Bermeo», indica uno de ellos mientras apura un vino, antes de recordar que, desde hace cosa de cinco años, la sede central de Garavilla se asienta en su propio municipio. «En realidad -explica la joven camarera- es como si continuasen allí, porque el polígono está justo en el límite».
Los arrantzales conocen y aprecian a los propietarios del grupo conservero. Incluso han trabajado en alguna ocasión para ellos. Sin embargo, tienen una idea clara sobre lo que ha representado la compañía en el mercado: «Es empresa grande y buena, pero sus productos son como más de batalla; la calidad está en otras, en Serrats las anchoas son mucho mejores». Si de lo que se trata es de calidad, el prestigio que Conservas Cuca se ha labrado a lo largo de 80 años no ha pasado desapercibido por estos pagos. «¿Cuca? Claro que la conocemos, la acaban de comprar, ¿no?, es la de los mejillones, muy buenos», sentencia otro de los mariñeiros vascos tras ponerse a gusto con un chato y una gilda, sencillo pintxo que aúna gundillas, aceitunas y anchoas.
La propiedad de Garavilla tampoco es lo que era. La familia fundadora sigue al frente de la gestión, pero un fondo de capital riesgo, MCH Private Equity, compró en el 2010 la mayoría de sus acciones por 60 millones de euros. Lo suyo es hacer dinero. Y el dinero, ya se sabe, lo que pide es más dinero.