La última noche en el Maxi

Eduardo Eiroa Millares
E. Eiroa OLEIROS / LA VOZ

FIRMAS

GUSTAVO RIVAS

El hotel de Oleiros cae tras medio siglo de intensa historia hostelera

21 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Siete años son muchos para un hotel cerrado. El Maxi, que estos días deja de existir tras más de medio siglo de historia hostelera en Santa Cruz, sufrió los rigores del cierre en el año 2006. La humedad, el frío y las visitas de jóvenes furiosos -aunque menos que los que ahora desguazan las casas rurales- le pasaron factura.

Con todo, días antes de que la piqueta empezara a poner fin a su historia, el hotel de Oleiros seguía pareciendo eso, un hotel, y pasear por su interior era hacerlo por un lugar en el que el tiempo se quedó congelado en el estilo del diseño de interiores de los años 80. Almodóvar, seguro, hubiera dado mucho por rodar una película dentro en un local que pasó de vivir del turismo a convertirse, ya en su última época, en un picadero.

Seguramente en sus últimos años a los huéspedes que acudían a sus habitaciones poco les importaban sus impresionantes vistas. Tal vez era un paso habitual para muchos acabar la noche allí tras bailar en la pista del Osmik, la vieja discoteca del Maxi. En los cuartos las camas se habían vuelto redondas, con espejos no solo alrededor de los colchones, sino también el techo. A la clientela le interesaban otras vistas, no las del castillo de Santa Cruz.

Tan solo unos días antes de que entrasen las máquinas, en los cuartos podían verse todavía las copas de champán en la mesilla de noche cubiertas con las clásicas bolsitas de los hoteles. En los armarios de los pasillos quedaba ropa de cama y en las cocinas abundante vajilla con el logo del hotel, además de viejas cartas con menús y ofertas de la época de la peseta.

Las pequeñas televisiones de tubo seguían contemplando, mudas, los colchones vacíos y en la recepción el teléfono, los libros, las llaves de las habitaciones y los mandos de las teles estaban en su sitio, esperando hipotéticos clientes de los que ya no llegarían.

En las últimas semanas salieron de allí los últimos objetos con alguna utilidad, pequeñas neveras, sillas, mesas y otras cosas. Se quedaron los sofás pasados de moda y los baños completos con piezas de colores que pronto servirían para formar parte de un museo de la vida pop.

El edificio corre la última carrera hacia su desaparición. La antigua fábrica de salazones pasó por todo para volver a la nada, a dejar su espacio libre después de haber contribuido al ocio de muchas generaciones de oleirenses y coruñeses. En Internet hay páginas que aún ofrecen habitaciones. El Maxi aún se resiste a ser pasado.