José Ignacio Wert puede pasar a la historia como el ministro que suprimió la selectividad, pero no es el primer político que intenta eliminarla. Hace más de un decenio, en el 2002, con el Gobierno de Aznar, Pilar del Castillo desarrolló una ley educativa, la LOCE, que nunca llegó a aplicarse ya que fue derogada por Zapatero. Esa legislación ya recogía la supresión de la selectividad y la vuelta de la reválida después del bachillerato, un modelo muy similar al que pretende implantar Wert.
La selectividad se generalizó con el ya desaparecido COU, allá por el año 1975. Se acerca por lo tanto a los 40 años de vida, y aunque todos le han encontrado pros y contra, son muchos los expertos que dictaminan que es la fórmula de evaluación menos mala.
A lo largo de casi cuatro décadas ha tenido cambios, ampliando el número de asignaturas de las que es necesario examinarse, volviendo a reducirlo, y modificando su peso respecto a la nota final. De hecho, con el viejo COU esta prueba puntuaba un 50 % de la calificación final, y otro 50 % el último curso preuniversitario, mientras que ahora su peso es del 40 % frente al 60 % del bachillerato.
La última modificación significativa es reciente, se aplicó en junio del 2010 e incorporaba varias novedades. La más importante es la incorporación de una parte voluntaria y la reducción de los exámenes obligatorios de siete a cinco. Además, al añadir pruebas optativas para los alumnos, la nota máxima que un estudiante puede obtener ya no es diez, sino catorce. Las asignaturas voluntarias tienen un peso diferente en función de la carrera elegida (por ejemplo, en una titulación de ciencias puntúan más materias científicas), y un tiempo de vigencia, es decir, la nota de esa parte específica caduca a los dos años, frente a la vieja selectividad cuya calificación final era inmutable.
La necesidad de la selectividad también ha variado a lo largo de los años. Tras el bum universitario de los 90, a finales de esta década el número de estudiantes empezó a caer drásticamente, por lo que desaparecieron las temidas notas de corte de muchas carreras gallegas. Actualmente, tras la reforma universitaria que convierte licenciaturas y diplomaturas en grados y da más importancia a la docencia práctica, todas las titulaciones gallegas han vuelto a establecer una nota mínima de ingreso para los nuevos alumnos.