Esculturas, dibujos y colages de Moxom en Barbadás
16 dic 2013 . Actualizado a las 06:00 h.En la sala de exposiciones de la Casa da Cultura de Barbadás, puede visitarse, hasta el 30 de diciembre, una muestra del mundo mágico de Xosé Manuel Rodríguez Mojón, cuyo nombre artístico es el palíndromo «Moxom». Caían los 80 cuando en la Casa da Xuventude de Ourense el nombre del artista integraba el colectivo «Frente Comixario» un referente por su consolidación como banda diseñada gallega y en gallego. En su trabajo como ilustrador cabe destacar O lobo da xente del libro homónimo de Risco, entre otras colaboraciones.
El mundo fantástico de Moxom es el del Bosque Animado de Wenceslao Fernández Flórez poblado por seres que se han transportado a ese lugar por una fuerza mágica y se ocultan entre los árboles en una cartografía humana y vegetal en la que sus raíces se entrelazan en simbiótica relación. La escultura de Moxom es la personalización de la Naturaleza, la permanencia del instante, la humanización de las formas.
Así, el artista descubre en cada trozo de madera la forma que existe oculta en su interior y la libera, despojándola de la masa que la envuelve y a golpe de navaja le devuelve su identidad y la viste, con su delicada policromía y le da un nombre, porque cada pieza que crea tiene su propia personalidad y ha de ser dignificada con un nombre que la emancipe del gris anonimato. Por eso, Joana, Leire, Gabriela van surgiendo de las formas retorcidas y de la talla directa, la bailarina, baila, en la hipertrofia de sus extremidades, adelgazándose hasta la estilización con el equilibrio inestable del ballet y el movimiento indiscreto de su tutú de marabú rosa.
La delicadeza e ironía con las que Moxom capta las formas femeninas, parte de un instinto casi totémico, la mujer es la fuerza de la naturaleza. Las siluetas femeninas son captadas plásticamente así como las poses, actitudes y miradas con el maquillaje del gesto y la expresividad que consigue mediante el uso inteligente del color. Las formas, aparentemente sencillas y en movimiento recuerdan el corazón de madera que fueron y agradecen en sus gestos la raíz que las mantuvo vivas, la memoria de su pasado material, con un fino lirismo de rostros expresivos y gran movimiento que remite al mundo cinematográfico y del cómic en esas presencias inquisitivas y rotundas, distorsionadas e irónicamente hipertrofiadas de gran dignidad plástica.
Sus mujeres son las Kirchner con su elegancia ambigua y picuda, apuntalada de arquitecturas góticas y gestos estereotipados que se convierten en máscaras como en los fetiches negros, representación pura de la creatividad humana. El escultor africano, al tallar un trozo de madera no crea la imagen de una divinidad sino un dios en persona. Moxom en su verticalidad gotizante de las formas denota cierto interés por la xilografía, el trazo ágil de la banda diseñada y el expresionismo alemán de las vanguardias con la ingenuidad y la libertad de lo intuitivo y en la imagen descarnada y emotiva de Otto Dix, la energía satírica y cínica, libre de todo convencionalismo con la potencia expresiva de Rouault.
Son veintiuna las esculturas que pueblan ese bosque animado, siendo la que dirige esta orquesta de miradas y presencias, el autorretrato del autor en el acto de crear, como una especie de demiurgo dignificando el trabajo artístico.
No solo esculturas componen esta muestra, integrada además por trece pinturas y diez colages. El tratamiento de la figura en las pinturas es cercano al cómic en sus rasgos expresivos, pero su referente más adecuado es Egon Schiele, en formas próximas a la soledad e incomunicación con un claro protagonismo de la línea en formas estilizadas inmersas en un espacio opresivo, tenso, en una tipología reiterativa de canon alargado y esquemático y alejado del naturalismo, de profundos contornos definidos.
El colage, interpretado como construcciones de formas que en la proyección de los planos de color crea volúmenes y fisonomías, subrayando su mirada de escultor.
Moxom revierte la frase de Matisse: «Yo no creo a una mujer, pinto un cuadro». Él, como Geppetto, da vida a través de sus manos y de su mirada, como la de un niño, a ese profuso grupo de presencias que habitan en un mundo mágico. Mientras, Fiz de Cotobelo, cansado de vagar en solitaria pena, por el bosque de Cecebre, decide unirse a la Santa Compaña?