En Lugo, el tren es una rareza, una anomalía en la calma chicha de un paisaje de vías aburridas, una derrota del sentido común en el barranco de Friás. El tren que casi no hay es el fruto de las políticas de gobierno sostenidas, con similar empeño y dedicación, por socialistas y populares. Los gobiernos del PSOE y del PP fueron dejando a la ciudad sin trenes y ahora los populares van camino de dejarla sin estación intermodal. En Lugo y Monforte se afianza el temor de que el Gobierno borre a la provincia del mapa de la alta velocidad ferroviaria y sus alcaldes han decidido hacer frente común para conjurar tan negra perspectiva. La ministra Ana Pastor dice que sí, que Lugo tendrá AVE y que en la capital habrá, cuando llegue el momento, estación intermodal. Pero los hechos son tozudos y, por más indignación que la desconfianza socialista inspire al popular Castiñeira, apuntan a lo que apuntan: ni AVE ni intermodal. La rareza que es el tren en Lugo va camino de ser aún más rara.
El alcalde lucense, José López Orozco (PSOE), y el de Monforte, Severino Rodríguez (BNG), acordaron el jueves trabajar conjuntamente para conseguir desbloquear los proyectos relacionados con el AVE en la provincia. Entienden que mal puede llegar la alta velocidad si se paran los proyectos (estación intermodal de la capital) y las obras iniciadas (variante de A Pobra de San Xillao). La ministra Pastor sostiene que Lugo estará en el mapa del AVE; creerla es cuestión de fe. Como la que parecen tener el popular Jaime Castiñeira y el presidente provincial del PP, José Manuel Barreiro; quizá no sea fe de carbonero, pero hay quien opina que solo así es creíble el mensaje de la ministra. Pero son los que, como el juez Elpidio José Silva, creen que «en sociedades libres, dejarse manipular tiene un alto coste».
El tren hace mucho que no despierta a nadie en la alta noche lucense. Tampoco molesta durante el día, porque apenas pasa. El tren en Lugo se fue muriendo a medida que el erario enterraba millones y millones y millones de euros en la negra cinta de las autovías, esas grandes aliadas de todo lo que tiene que ver con el petróleo. Y todo mientras socialistas y populares, populares y socialistas, predicaban la buena nueva del ahorro energético, la conservación del medio ambiente, la lucha contra la contaminación y otros farrapos de gaita.
Con el tren ocurre algo parecido a lo que ocurre con el poblado de O Carqueixo; va desapareciendo poco a poco, pero no acaba de desaparecer. Cuando parece que ahora sí, que ahora se acaba, en O Carqueixo florecen las chabolas como el Gobierno hace llegar a la estación de Lugo nuevos trenes; son modelos que aquí son una novedad ferroviaria cuando en otras rutas entran en el ámbito de lo clásico. O Carqueixo es, como el tren en Lugo, una anomalía en el paisaje, un anacronismo social y urbanístico. En los últimos días, el Concello derribó nueve infraconstrucciones dedicadas a cuadra y almacén. O Carqueixo, maridaje de ocasión entre la caridad y la municipalidad, dio como fruto una plantación de chabolas al pie del vertedero de Lugo. Después pasaron los años, desapareció el vertedero, se institucionalizó la caridad y llegaron los planes de realojo para vaciar el gueto. En eso se estaba cuando estalló la crisis y se colapsaron los planes. O Carqueixo es la realidad, de chatarra y mugre, y la recuperación económica la entelequia que venden los que jamás se acercaron a ninguno de los carqueixos españoles. Tienen el esencial valor de facilitar el contraste entre modos de vida, cuando los modos de vida tienden a empeorar.
En Lugo, sí, el tren, por infrecuente, es una rareza sobre las vías oxidadas de hastío. El AVE que persiguen Orozco y y Rodríguez parece un sueño imposible. Si buscándolo encuentran otros trenes más modestos, pero frecuentes y eficaces, habrá valido la pena la búsqueda. Machado, el poeta inmenso, lo dijo así: «Luego, el tren, al caminar,/ siempre nos hace soñar;/ y casi, casi olvidamos/ el jamelgo que montamos».