Plácido Mayán: «El trabajo en Urgencias es como una droga»

FIRMAS

CESAR QUIAN

25 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Su trabajo no es nada Plácido. Pero para él es el mejor. «Es como una droga. No lo cambiaría por nada. Tienes todo el abanico de la Medicina. Soy un gran defensor de la especialidad», comenta Plácido Mayán Conesa, médico de Urgencias desde hace quince años en el Chuac. Todos le llaman Pasi y los médicos residentes, al principio, doctor Pasi. «Es un diminutivo familiar», aclara. Charlamos en la sala de juntas de la recién inaugurada planta destinada a atender a todos los que llegan con urgencia al hospital. Se ve todo tan nuevo y moderno que casi dan ganas de ponerse enfermo. Plácido viste el clásico pijama verde. Sobre la mesa deja el fonendoscopio. Pide por teléfono un café solo doble a la cafetería del hospital y nos ponemos a charlar. Es ameno y habla con el corazón. «Mi principal defecto es que soy buena persona. Se suele decir que de bueno a tonto hay un paso, y a veces es verdad. No le guardo rencor a nadie, ni siquiera a gente que me ha hecho daño y creo que eso es una virtud».

Un accidente de moto

Nació en Bembribe, León, pero con diez años se vino con la familia para A Coruña. Estudió en los Dominicos, donde conoció a su mujer, a la que hace referencia en varias ocasiones durante la charla. «Cuando terminé la carrera no tenía claro si sería capaz de ver enfermos y decidir sobre cómo tratarlos, Mi mujer me animó, me obligó. A la segunda guardia en Urgencias decidí que esto era lo mío», recuerda este médico de 43 años padre de dos hijos, una niña de 10 y un niño de 6. Me cuenta dos anécdotas muy curiosas. Cuando estaba en 3º de BUP sufrió un accidente de moto y entró por Urgencias (las antiguas). «Me trataron muy bien, pero recuerdo la experiencia con horror. El dolor. Ahora el dolor lo podemos quitar», rememora. Sonríe al contarme la segunda. «Una noche, a las tres de la madrugada, me encontré mal y les dije a los compañeros que me iba para casa. A las ocho persistía el malestar y volví para que me atendiesen. No sé porqué me marché si ya estaba allí».

Verano en Corcubión

Sus jornadas laborales son interminables. «Para trabajar aquí tienes que ser de una pasta especial. Envejeces, pero merece la pena. O te gusta o lo odias». Pasó muchos fines de año en el hospital. «Prefiero librar en Navidad para estar con la familia y en San Juan, que es la peor noche de guardia», destaca. Practicó rugbi y artes marciales, pero ahora el único deporte que hace es recorrer los largos pasillos del hospital. Reconoce que se vuelve loco con la comida y que se tiene que controlar. «Me encanta comer. Llegué a pesar casi 140 kilos y logré adelgazar 50 en tres años». Dice que no fuma, pero «ando con el cigarrillo electrónico». Sus ratos libres los dedica a la familia y a su otra pasión, la informática. También le gusta el cine y ver la tele. En verano se escapa quince días a Corcubión. «Es una maravilla. No llevo el ordenador. Desconecto. Comemos calamares y disfrutamos». Su lugar favorito de A Coruña es el castillo de San Antón. No le gusta viajar. «Soy feliz en mi trabajo y en mi casa y entonces no sé porqué tengo que ir a ningún sitio», reflexiona. Nos levantamos. Me lleva de recorrido por la nueva área de Urgencias. «Es un cambio radical. Cuesta adaptarse. Nos falta rodaje. Un mes y medio, calculo, para que fluya. Cualitativamente el salto es impresionante y los pacientes están contentos», comenta. Pasamos al lado de camillas con enfermos. Hay muchos. Y fuera están sus familiares preocupados «No te acostumbras al sufrimiento de la gente. Es imposible».

«Mi principal defecto es que soy buena persona»