Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) es una de esas escritoras que al otro lado del Atlántico están renovando la literatura en español, reinventándola de arriba abajo, mientras aquí, con nuestro eurocentrismo, hispanocentrismo o como demonios se llame, todavía nos creemos el ombligo de un idioma que hace muchos siglos que se nos ha ido de las manos.
El periodista argentino Maxilimiano Tomas dice que, al fin, ha dado con una autora:
-Las ficciones de Harwicz no se parecen a nada, y están a medio camino entre el soliloquio y la pesadilla.
Harwicz ha escrito ahora una novela de cien páginas, La débil mental, que es una sacudida, un desgarro, un torrente de verbos y emociones que casi no te dejan asomarte a la superficie para tomar aire y continuar leyendo. En La débil mental, que publica el excelente sello argentino Mardulce, Ariana Harwicz nos planta frente a una madre y una hija arrojadas contra los muros de la existencia, inmersas en un mundo implacable, sin concesiones, por el que van tambaleándose entre los hombres, el amor, el whisky y el sexo, tal vez buscándose a sí mismas o buscando la una a la otra, que también es una forma de buscarse a uno mismo a través de los otros.
Y todo esto, que parece que conduce a las catacumbas del alma humana, lo hace Harwicz inyectando poesía en cada página, en cada párrafo. Escribiendo frases que uno ya no está acostumbrado a encontrar en una novela: «Mi cerebro son polillas en un jarro y se ahorcan». «Mientras la veo frotarse con jabón de lilas por el espejo ovalado sé qué hay otra forma de anochecer que este jarrón de café con calmantes». «Quiero arrojar mi infancia como esas pelotas que escupen las lechuzas con restos de dientes y de los cerebros, que no pudieron deglutir».
A tropezarse con este tipo de cosas se expone uno al leer a Ariana Harwicz, que en solo cien páginas nos zarandea sin piedad para recordarnos que las palabras duelen. Y que hay otra forma de anochecer.