Plimpton estuvo allí

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa EL RINCÓN DEL SIBARITA

FUGAS

22 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

George Plimpton (Nueva York, 1927-2003) era uno de esos periodistas a los que las redacciones les provocan no ya alergia, sino auténtica claustrofobia. No es que no le gustase el oficinismo, ese periodismo de moqueta que es algo así como el toreo de salón de la prensa. Es que ni siquiera cultivaba el arte del cronista mirón. Lo suyo era el «periodismo participativo». No narraba desde la tribuna de prensa, sino que bajaba al césped para hacer de quarterback de los Detroit Lions; peleaba a tres asaltos contra Archie Moore; o jugaba de portero en el equipo de hockey sobre hielo de los Boston Bruins.

Todos esos ejercicios de periodismo participativo fueron gloriosos fracasos. Uno de los más colosales sucedió cuando convenció a Leonard Bernstein para empotrarse entre los atriles de la Filarmónica de Nueva York durante un concierto. Entonces descubrió que el error en el deporte es asumible, pero el error en una orquesta es una tragedia. No estuvo a la altura con los cascabeles en la Cuarta de Mahler. Y Bernstein, desolado, al acabar el programa lo persiguió hasta los camerinos para decirle a la cara que había «destrozado» su sinfonía. Pero, extinguida la ira del momento, le concedió una segunda oportunidad para redimirse en el auditorio de Winnipeg con una partitura de Tchaikovsky. Bernstein lo puso al mando del gong en la Segunda sinfonía del ruso y Plimpton sencillamente lo clavó:

-Al menos una vez en el calamitoso mundo del periodismo deportivo había disfrutado de un pequeño éxito.

La editorial Contra nos devuelve el placer de leer estas crónicas en la excelente antología El hombre que estuvo allí, donde también se recogen las andanzas de Hunter S. Thompson y Norman Mailer en Zaire para cubrir la pelea entre Foreman y Ali. Plimpton retrata la atmósfera de la tribu de periodistas y escritores desplazados para el combate y recuerda la noche en la que estuvo a punto de juntar alrededor de unas copas a Hemingway y Mailer. Fracasó. Nunca se conocieron. Esa sí que habría sido la pelea del siglo.