A Laza hay que ir como a una maratón, con espíritu deportivo, dispuestos a participar. Por ejemplo, esta noche, tercer viernes de folión, a alumbrarse con antorchas y a bourear por las calles.
Para las fechas más oportunas aún falta una semana. Pero un día de finales de enero, con un sol que si no calienta por lo menos anima, Laza ofrece otros atractivos distintos a los propios de la catarsis del entroido.
Arrimada a una ladera, mirando al sur para aprovechar bien la solana, sobre las vegas cruzadas de dos ríos que confluyen allí mismo, la villa, las huertas, los prados, los bosquetes te hacen revivir el mito de la edad de oro, del paraíso perdido, cuando éramos lúcidos y elegíamos para vivir los lugares más apropiados y más cómodos que encontrábamos.
El premio al buen criterio era la belleza. Laza recuerda a otras plazas bien situadas, como Allariz, como la querida Seu d?Urgell, a escala reducida. Desde la espalda del pueblo, por el barrio de O Solado, de donde baja la vaca Morena a levantarles las faldas a las mujeres, la vista es espléndida e invita a pasear por el valle.
Partiendo de la plaza de A Picota, kilómetro cero del carnaval, por la rúa do Cruceiro se llega al Támega.
El camino es llano y agradable. Descendemos junto al río un rato, entre cultivos y bosques; por A Ribeira lo cruzamos de nuevo y vuelta en dirección contraria, hora y media de relax rural.
Si el entroido se atraviesa y produce resaca, este circuito puede hacer mucho para recuperar la forma y volver a meterse en el lío.