Cangas, en la punta del Morrazo, es una tierra encantadora. Tanto es su poder de atracción que en los tiempos grises de los siglos XVI y XVII hombres graves e intransigentes se lo atribuyeron a brujería. Algunas mujeres tristes paseaban de noche por las playas para encontrar consuelo en la soledad y eso, para el segmento más tosco del paisanaje, no era cosa buena. Así que aquellas paseantes pasaron por meigas. El arenal de Coiro tuvo fama de ser sede de aquelarres, tanto que el científico padre Sarmiento se fue hasta la iglesia de San Salvador, a ver si había huellas de que sus campanas tocaran solas para convocar a las brujas.
El arenal de Coiro es hoy la playa urbana de Rodeira. La magia hay que buscarla más al oeste, hacia el impresionante farallón rectilíneo de la Costa da Vela, que se enfrenta al Atlántico por la puerta que dejan las Cíes y Ons.
Por Darbo se sube cómodamente al monte de Varalonga, un mirador de privilegio para admirar las Cíes y la hermosa boca de la ría de Vigo. A un paso, hacia el sur, queda el arenal de Liméns, pero vale la pena caminar un par de kilómetros más por la senda costera que lleva a la playa de Nerga. Esta y las dos que la prolongan, Viñó y Barra, suman tres kilómetros de arena blanca insospechadamente salvadas de la urbanización en una costa en la que las casitas y los chalés se solapan hasta no dejar casi sitio para los coches. ¡Qué bien quedan los árboles, y no las cafeterías, al borde de las playas! ¿Magia? Puede ser, pero también voluntad batalladora de estos vecinos, acostumbrados a defenderse desde los tiempos de los piratas turcos.