Juan Villoro en Yucatán

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa EL RINCÓN DEL SIBARITA

FUGAS

15 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando el escritor mexicano Juan Villoro se propuso escribir un libro de viajes, eligió como destino «un país dentro del país»: el Yucatán de su indómita abuela. Así nació Palmeras de la brisa rápida (Altaïr). El suyo no es uno de esos grandes periplos del pasado. Ni siquiera tiene la épica de hazañas literarias del siglo XX, como la de Graham Greene a punto de morir de disentería en Tabasco. Para Villoro el viaje ideal transcurre alrededor de un café:

-Podría viajar de un café a otro para mirar desconocidos, leer noticias del diario local que no me competen, dejar que las voces ajenas formaran en mi mesa un golfo de palabras sueltas. El gran atardecer, el museo definitivo, el pájaro fabuloso y la boutique exquisita no me interesan tanto como las horas de café, que consisten básicamente en perder el tiempo. El viajero sentimental, al contrario del explorador o del turista, deja que sea la vida la que se ocupe de las sorpresas.

Y así, desde su observatorio del Café Express de Mérida y con fugaces expediciones a lo alto de las pirámides mayas, Villoro nos descubre personajes que por sí solos merecerían una novela, como el ajedrecista Carlos Torre Repetto, quien, después de ganarlo casi todo, un día de 1927 se encerró en sí mismo y se evaporó. Porque, como apunta el autor, «el destino de Fernando Pessoa parece repetirse en varios genios yucatecos, hombres borrados por las oficinas y las miserias cotidianas que dejan una obra casi sin querer: el sobrante del modesto apocalipsis que fue su vida».

Bajo las palmeras de la brisa rápida, mecidas por el delicioso humor de Juan Villoro, desfilan ante nuestros ojos los anonimistas y difamadores de las tertulias, las coronas dentales que vuelan de Yucatán a Houston, el cero, el estrabismo, los chamanes, los cinco días aciagos del calendario maya, la esquiva sombra del laurel, la Arcadia psicodélica de la playa de San Bruno, el Templo de los Falos, el juego de pelota, placas de calles llamadas Imposible o Se venció, y Fray Diego de Landa, que en 1562 quemó los códices mayas, pero los memorizó para escribir luego Relación de las cosas de Yucatán. Una «tierra de tan poca tierra» que los aguacates se plantan con cartuchos de dinamita.