Fat City ofrece otra de las prospecciones habituales de John Huston en el mundo de los fracasados sin remedio. Los protagonistas son dos boxeadores: un veterano, alcohólico y acabado (Stacy Keach), con reputación de haber vivido alguna migaja de gloria en el pasado, y su joven acompañante (Jeff Bridges), tan bisoño que es incapaz de reconocer el reflejo de su propio futuro en el rostro de su amigo.
Desde las primeras imágenes, acunadas por la música de Kris Kristofferson, la historia transmite esa tristeza que contagian los armarios vacíos con una sola percha, aunque Huston, astuto, logra evitar el tono deprimente al atrapar a esos personajes que pasean su desolación por las calles y los bares de Stockton, una ciudad que parece vivir una Gran Depresión perpetua, con solares derruidos, temporeros que recuerdan a los de Las uvas de la ira y un gremio que mantiene intacta su vigencia: la gente sin rumbo.
John Huston siempre ha sido un superdotado a la hora de rodar personajes que se quedan a vivir en la memoria del espectador. Existen muchos ejemplos en su filmografía aunque pocos, ninguno en realidad, tan inolvidable y esencial como Arcadio Lucero. Su autobús aparca en la dársena de la estación de Stockton. Nadie acude a recibirlo. Lleva traje, sombrero y maleta de emigrante. Es un viejo. Nadie diría que lo han contratado para boxear con Stacy Keach. En la siguiente imagen aparece tumbado en la cama de su pensión, mirando al techo. Se aproxima la hora del combate y va al cuarto de baño. Orina sangre. Los riñones. Quizá está roto por dentro. Poco importa el resultado de la pelea, o que los tres asaltos sean un vía crucis agónico y desesperado, ambos púgiles libran una lucha existencial perdida de antemano. Cuando termina, los dos se abrazan y el cine retrata un intangible: la piedad. Ahora la cámara se sitúa en los aledaños del polideportivo: un pasillo oscuro con una hilera de luces en el techo. Vemos a varios personajes celebrando la victoria que se marchan del recinto y el encuadre queda vacío durante unos segundos. Huston no corta, sigue esperando. Entonces aparece la silueta de Arcadio caminando hacia la cámara. Las luces del techo empiezan a apagarse detrás de él hasta que la oscuridad termina por alcanzarlo, gira a la derecha y desaparece. Fat City presta diez minutos de su metraje a Arcadio Lucero y su presencia golpea la película con la fuerza de una placa tectónica. Pocas veces se ha mostrado con tal precisión la soledad y el desarraigo que algunos hombres derrotados acumulan.
POR QUÉ VERLA
Porque el tratamiento del boxeo que propone «Fat City» es inédito en la historia del cine. Aquí no hay perfume a cine negro ni el boxeo corrompe a los púgiles: ninguno llega siquiera a atisbar el éxito. Tampoco se presenta el deporte como un medio para escapar de la miseria sino como un salvavidas, un último agarradero
Porque en el cine de Huston los perdedores nunca dejan de soñar, están continuamente haciéndose ilusiones sin percatarse de que tienen el porvenir encasquillado.