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Las cartas más eróticas de los ilustres de la historia: «Hay algo de testículo en nuestros sentimientos más sublimes»

FUGAS

Esta antología recoge cartas de grandes personajes, como Anaïs Nin, Pardo Bazán o García Lorca.
Esta antología recoge cartas de grandes personajes, como Anaïs Nin, Pardo Bazán o García Lorca.

«En cuanto te coja, no habrá rastro del gran hombre», «Un hombre empalmado ya no tiene palabra»... Son algunas de las letras más ardientes de las figuras de la historia a las que pilla «in fraganti» el editor y escritor Nicolas Bersihand. ¿Pasan hoy el filtro de lo correcto?

09 mar 2024 . Actualizado a las 16:34 h.

A veces no hay placer más sensual que la escritura. O, para el que no domina el arte de la pluma, la lectura curiosa de las aventuras de cama de aquellos que ocupan un lugar en negrita en la historia. «Un hombre empalmado ya no tiene palabra», escribió a un amigo Guy de Maupassant, «el fauno insaciable que alardeaba de poder dirigir su pene a voluntad». El pudor no pone cursivas a esta intensidad diversa en voces que registra el autor, traductor y editor francés Nicolas Bersihand en Cartas eróticas. Las joyas epistolares más íntimas y pasionales de las grandes figuras de la historia. Este libro vibra, quema, espabila, a veces indigna y enfurece y otras desata en el lector oleadas de un humor más afrodisíaco que el caviar o el champán con fresas.

«Sentirás en tu culo adorable el dolor que precede al placer», «Mi boca sabe besar de todas las formas», «Si la literatura es erupción, entonces mi habitación es desde hace unas semanas una tierra de volcanes»...  Esta última joya es de Marcel Proust, de una carta a su amigo y examante Reynaldo Hahn. «La idea es picotear de un capítulo a otro, de una carta a otra. De cartas largas a otras muy cortas, a veces de una sola frase. Más cercanas, más antiguas... Es un libro para picotear, es la idea de lo que hemos querido hacer», recalca al lector Bersihand, francés fiel amante de España.  

-¿Cómo surgió la chispa, cuál fue el filtro para elaborar esta selección de joyas epistolares?

-Mi chispa con el género epistolar empezó hace diez años, cuando vi una película sobre el nacimiento del psicoanálisis, en la mitad de la película se leían cartas, y me di cuenta de que no había ninguna editorial dedicada al género epistolar en el mundo. En París fui el primero en la historia editorial francesa en publicar un libro de cartas eróticas. Era muy cortito y sorprendente. Hicimos otro libro, yo regresé a Madrid tras haber vivido ya ahí. Mi editorial francesa, DesLettres, lamentablemente, cerró, pero yo decidí seguir con esta pasión epistolar. Mi editor de Penguin Random House seleccionó las cartas eróticas de varios temas que yo le propuse para empezar. El año pasado sacamos Las cartas a la madre, que es el modelo que seguimos, una antología ambiciosa culturalmente. 

-¿Cuál es el propósito de la edición de estas cartas? Nos acercan de otra manera, íntima, juguetona, a estos figurones de museo que las escriben.

-Estas antologías publicadas, y las que están por venir, quieren alegrar y divertir al lector, y quiero que sirvan de puente para volver a interesarse por autores y autoras olvidados o no suficientemente conocidos. Lo que se refleja a través de una carta puede resultar muy cercano. A partir de ahí, de esa intimidad, la figura te va a interesar. 

-Hay frescura y vanguardia en las cartas, en estos sentimientos y pasiones compartidas. ¿Son cartas elegidas en función del impacto que pueden tener incluso hoy, en algunos casos dos siglos después?

-Sí, este es un eje claro. El libro publicado es el resultado tanto de una larga investigación, que duró un año, y de un proceso de selección. Yo entregué mil cartas, lo cual es un delirio. Intenté que fuese un libro que diese lugar a varias lecturas: la intelectual, y la divertida y muy cercana. Me gusta poner el foco en gente poco conocida, pero también en gente ultraconocida. Esta antología muestra otro lado de esas figuras... ¿Cómo era la vida íntima de Pardo Bazán y Pérez Galdós?

-Esta pareja centenaria sigue de moda, el suyo es un «thriller» erótico-intelectual sin fin, que no deja de dar sorpresas...

-Sí, las cartas de Emilia habían desaparecido, las de Pérez Galdós se dice que están disponibles pero no se publican, y lo que me parece extraordinario era quién fue Pardo Bazán. Ten en cuenta que yo soy extranjero, que leí sus obras de mayor. Esa correspondencia de Pardo Bazán me da un acceso a la mujer absolutamente vital, luchadora, apasionada que fue. En su intimidad con Galdós es muy sorprendente. No va con el tópico que teníamos sobre ella. Ella y todas las mujeres de esta antología salen muy bien paradas. El lado oscuro no es tan oscuro...

-Ellos son más evidentes y concretos que ellas en estas cartas... ¿O es una impresión?

-Sí. Me fascina que en estas cartas eróticas de mujeres el erotismo no es un fin en sí. Importan el placer y el deseo, por supuesto, pero siempre hay más, que va hacia el amor o hacia la comunión con la naturaleza o el cuerpo. Las más ardientes y alocadas también tienen esto.

El escritor y editor Nicolas Bersihand con la antología de correspondencia erótica que ha reunido.
El escritor y editor Nicolas Bersihand con la antología de correspondencia erótica que ha reunido.

-¿Superarían hoy esas cartas el filtro de lo correcto? «Al cabo de un cuarto de hora la rompí», «Me separarás las nalgas ensangrentadas»... Quizá algunas de ellas no.

-Para nada... Por ejemplo, ahí está la carta de Stendhal de consejos sobre la primera vez [«Se trata de beneficiarse por primera vez a una mujer decente»]. La moda de acostarse con mujeres maduras ya estaba en aquella época, solo hay que leer lo que Franklin escribe a un amigo («En todos tus amoríos te decantes por las mujeres mayores y no por las jóvenes. [...] Porque el pecado es menor... el remordimiento es menor... y ¡¡¡son muy agradecidas!!!»). Al final del libro dejé un capítulo sobre el consentimiento, lo que distingue el erotismo lícito del que no. Y he encontrado cartas muy duras, de maltrato, de incesto, de violaciones y agresiones sexuales. Quise ponerlas no para quitarle al libro alegría ni rebajar el tinte erótico, sino para remarcar que el erotismo ocurre dentro de un espacio en el que no todo está permitido. Lo quise dejar bien claro.

-Aparte de barbaridades, emergen aquí reflexiones honestas y brillantes, como esa de Diderot que recoge: «Hay algo de testículo en nuestros sentimientos más sublimes».

-Es extraordinario. ¡Es nada menos que el fundador y el gran autor de la Enciclopedia! Y en esa carta que dices habla de dos perros que están teniendo sexo. Antes, se pregunta si los ruidos que está escuchando se deben a un amante español. Es muy divertido.

-Hay otras de una belleza total que nos deshace, como esta: «El hombre abraza en la mujer todo lo que no es él mismo».

-Sí, creo que aquí hay dos cosas. Por un lado, el epistolar es el género más olvidado del mundo entero. Y, para ser provocador, es el único género literario necesario. Porque si dos no se corresponden no se encuentran. Erasmo decía que el libro del que más orgulloso estaba era de su epistolario, era para él su gran libro, no Elogio de la locura ni cualquier tratado de filosofía. Hoy en día, la correspondencia ha caído en desgracia, y yo intento humildemente recuperarla como archivo histórico y como joya literaria. 

-¿Confundimos el erotismo con la pornografía?

-Las obras eróticas son difíciles de hacer bien y las cartas eróticas también. La correspondencia te obliga a tomar en cuenta al otro. Y la gran diferencia entre el erotismo y la pornografía es que el erotismo incluye el lenguaje. Sin lenguaje, no hay erotismo. Hay una novela erótica muy famosa, que es Historia de O; Pauline Réage dijo que en realidad era una carta de amor a su amante para que no se fuera, y lo consiguió, de hecho. 

-¿La escritura se parece al acto sexual? El libro ilumina esa misteriosa relación entre el deseo y las letras...

-Sí. Y hoy no está muy bien visto, pero sigo siendo freudiano: todo procede de la libido y la libido abre la vida al deseo sexual y también al deseo y la ambición intelectual y creadora. Escribir una carta erótica es de una valentía suprema. Para mí, la carta al incluir el otro elimina el onanismo. Pero también hay cartas que confiesan onanismo... Este es un territorio completamente loco. El deseo puede salir por todos lados.

-Este es un juego de espejos con el lector; somos también los destinatarios de estas cartas de Henri Miller, el marqués de Sade o Napoleón.

-Yo intento hacerlo de manera sana y respetuosa, abrir cartas que no me estaban destinadas. Yo soy la primera persona transformada por hacer este libro, y deseo que a los lectores y las lectoras les pase algo parecido. 

-¿Qué carta se le quedó más prendida de las que recoge en la antología?

-Lo que más me ha estremecido y maravillado son las cartas de mujeres. Las que escriben ellas. Es una antología incluye más cartas de mujeres, y son absolutamente sobrecogedoras, en varios sentidos. Para mí fue un descubrimiento Marguerite Burnat-Provins, que tiene una serie de poemas epistolares mandados a su amante que deslumbran [«Nunca me saciaré de tu carne luminosa», escribe]. Pardo Bazán [A Galdós: «En cuanto te coja, no queda rastro del gran hombre»]; Lou Andreas-Salomé, la gran musa de Rilke, de Freud..., Dickinson, y podría seguir con todas las cartas de mujeres, que me fascinan. Y muchas de las cartas que más me divierten son del patrimonio español. Como esa de Quevedo, «De un cornudo a otro». Es totalmente original. Las cartas de Goya a Zapater, en las que le decía a su amante que quería cazar y chocolatear juntos, y hay, entre otras, una carta muy divertida de Napoleón, que aterrorizó al mundo entero, y lo muestra en realidad como un niño sumiso a su amante. Yo me quedo sobre todo con esas cartas que atraviesan el erotismo. Oscar Wilde es otro entregado al eros y el amor que lo dio todo. Y al final le escribe a su amigo Marillier: «Existen recuerdos románticos, y existe el deseo de romance, eso es todo». Las cartas eróticas ponen de manifiesto ese deseo humano, el amor por el otro. Esta es, seguramente, la esencia de la vida. Ese deseo es un volcán.

-Da la sensación de que los franceses van por delante en erotismo y en intelectualidad, o al menos en la relación entre esos dos.

-Llevo ya veinte años en España y ya soy más español que francés. Vine con una beca en España y me gustó tanto que me quedé. Hay un gran filósofo, Blaise Pascal, que dijo una frase increíble; «Verdad, arriba de los Pirineos; error, por debajo». Tengo una mala relación con Francia, estoy muy a gusto con vosotros, pero a raíz de este libro debo reconocer que me reconcilié un poco con Francia... Hay una aristócrata maravillosa que dijo: «El amor es un invento español». La pasión española es diferente, igual no es tan intelectual, pero el amor es en España vital, central. En este caso, sobran las cartas, sobran las palabras. 

-Me queda la duda si llega a ser tan bueno como lo cuentan... A veces las palabras tienen más fulgor.

-Seguro. Y seguro que mienten... Eso es la literatura. No es la mera fotografía de lo que ha pasado. Es mucho más. 

Chocolateen hasta el final. Y que los giros lingüísticos creen obras maestras... Es más que todo.

Algunas joyas de esta antología de cartas eróticas

  • «Pánfilo de mi corazón, rabio por echarte encima la vista, los brazos y el cuerpote todo». De Emilia Pardo Bazán a Pérez Galdós. 1889.
  • «Deseando ofrecerte un giro lingüístico en el clítorís», de Théophile Gautier a la Presidenta, seudónimo de Apollonie Sabatier, que atrajo a todo París a comienzos del XIX.
  • «No quiero que te manosees con demasiada frecuencia. Voy a tener celos de tu dedo», de Apollinaire a su amante Lou. 1975.
  • «Hazme mucho daño con esos dientes demasiado suaves al fondo de tu beso», de Marguerite Burnat-Provins a Sylvius. 1910.
  • «Si la literatura es erupción, mi habitación es una tierra de volcanes», de Marcel Proust a Reynaldo Hahn. 1906.
  • «Tengo un apetito terrible de tu amor y tu persona. Te aconsejo que no bajes la guardia ante mi gran amor, mi gran boca y mis grandes dientes. Porque estas extraordinarias dimensiones son solo para quererte mejor...», de Jiliette Drouet a Victor Hugo. 1835.