Edurne Portela: «Todos llevamos dentro un poso de violencia»

FUGAS

MARCOS MÍGUEZ

En un ejercicio de «imaginación ética», la escritora pone voz a Maddi, una víctima del nazismo tan contradictoria como única

21 abr 2023 . Actualizado a las 21:44 h.

Cuando abrió el archivo que le facilitó Joxemari Mitxelena, a Edurne Portela la invadió «una excitación intelectual muy potente, una curiosidad obsesiva». A medida que estudiaba los papeles, «una tristeza muy profunda» se apoderó de ella, dejando paso a la admiración. Tenía el encargo y el reto de revivir a Maddi, de darle la tumba que sus asesinos le negaron. La solución fue ponerle voz, dejar que esa mujer excepcional que cruzó tantas mugas, no solo la de los Pirineos, hablase.

Con Maddi y las fronteras, Portela continúa una búsqueda que sabe que, probablemente, no tenga fin: es su indagación sobre violencia que habita agazapada entre nosotros y que, a veces, estalla, como pasó en los años que vivió su protagonista, deportada a un campo nazi por ser agente de la Resistencia.

La autora vasca, hija de uno de esos pequeños que los jesuitas reclutaban en las aldeas, «iban a por los más listos para sus internados, coincidió que en Navallos, en Ribeira de Piquín, ese niño era mi padre», se mudó hace un tiempo a la sierra de Gredos.

Abandona puntualmente su hogar para actividades como las presentaciones, que la traen de vuelta a Galicia. La acompañan sus lecturas, La sumisa, de Dostoyevski, y las expectativas por llevar a Maddi a los institutos coruñeses. En Euskadi, para los adolescentes, ETA comienza a ser un problema ajeno, desliza Edurne, cuya narradora de referencia es Agota Kristof (Claus y Lucas). Los documentos, fríos, como los que dejan constancia de un divorcio, de una adopción, de un reconocimiento estatal o del paso por un campo alemán fueron la materia prima con la que armó a Maddi. «Nunca visité un campo de concentración», afirma Portela, tan preocupada por la ignorancia inducida como por la cultura sin límite de los selfie, comunes hoy hasta en las puertas del Holocausto.

­—¿Cómo fue ponerse en la piel de Maddi?

—Fue incómodo porque estaba jugando con algo muy peligroso, que es inventar una voz para una persona que tuvo la propia. Eso me incomodaba éticamente. Otra cosa es el juego de la ficción. Una vez que acepto que voy a ser la voz de Maddi, la escritura fluye con una intensidad casi nueva para mí. Fue muy radical.

­—¿Cómo se imagina éticamente?

—Teniendo siempre en cuenta que esta mujer existió y que hay documentos que prueban cosas sobre su vida, decidir que no voy a tergiversar nada y que voy a imaginarla con el mayor respeto posible a esa verdad histórica y a la persona que creo que pudo ser. Si voy a contar su historia no es simplemente para construir una novela lo más apetecible posible, escribo porque quiero contribuir a la reivindicación de esta mujer. Imaginar a Maddi es un acto político. Si atendemos a lo que dicen los documentos, dicen muy poquito. Por ejemplo, cuando inicia su divorcio en 1928. Leemos que hay un acuerdo y que ella no va a recibir dinero. Ahí pienso: «Sin una manutención, tuvo que ser cosa de Maddi». A partir de cada dato, puedes construir una historia que lo complementa y que se nutre de un estudio de la época, pero es pura intuición. Leer entre líneas es imaginar. Si queremos llegar a la historia, tenemos que leer historia, pura y dura. Los afectos que se nutren de un conocimiento firme son siempre más manejables y nutritivos. Si no, podemos dejarnos llevar por la sentimentalidad.

—¿Qué es la pornografía de la violencia?

—Disfruto de la escritura, aún contando cosas dolorosas. Leyendo cosas que nos remueven, se puede disfrutar, pero no con ese disfrute ligero del gozo, sino sabiendo que estás ampliando tu conocimiento, que un personaje se puede quedar contigo.

—En el epílogo, cuenta un dilema. El del funcionario que no sabe si destapar los secretos de sus vecinos. ¿Cuántas generaciones han de pasar para asumir el pasado?

—Hay una responsabilidad muy grande en sacar ciertas cosas a la luz porque sabes que van a generar un conflicto. En Francia, hay descendientes de estos supuestos héroes que fueron colaboradores. La ocupación alemana supuso un trauma social tremendo, y se creó el mito político de la Resistencia, que había sido mucho más omnipresente. Es tan fácil decir «son excepciones históricas», «eran monstruos», cuando, en realidad, forma parte de quién somos. Todos llevamos un poso de violencia. Puedes decir que no la has ejercido, pero participas de un sistema que la ejerce. Cuando intuyes que algo malo está sucediendo, si le das la espalda, estás siendo cómplice. No es una crítica, es una inercia social. Si te enfrentas, tienes que tomar partido, sacas la cabecita... y alguien te la puede cortar.

Maddi y las fronteras.Editorial Galaxia Gutemberg <br /> Páginas 248 / Precio:  17,57
Editorial Galaxia Gutemberg 
Páginas 248 / Precio:  17,57