La autora del éxito internacional «Canto yo y la montaña baila» visitó Galicia para presentar su nueva novela,
«Te di ojos y miraste las tinieblas»
20 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.
Una mujer llamada Joana hace un pacto en el siglo XVI con el diablo: su alma a cambio de un hombre entero, pero el mismo día del austero enlace con el heredero del Mas Clavell, una remota masía enclavada en plena sierra catalana de las Grillerías, descubre que a su recién marido le falta el dedo meñique del pie. Más contenta que afligida, rompe el trato y conserva casa, esposo y, también, alma, pero pronto empieza a sospechar de que su insolencia acarreará consecuencias. A todos sus hijos les faltará algo, y así, por los siglos de los siglos, por los descendientes de los descendientes: una mujer sin lengua, otra sin un trozo de corazón, otra sin memoria y otra más sin dolor; un niño sin ano, un hombre sin nombre, otro sin el amor que debería sentir por su madre.
No entumeció ni un poco la curiosidad y la imaginación de Irene Solà (Malla, Barcelona, 1990) el abrumador éxito de su anterior novela, Canto yo y la montaña baila, Premio Anagrama en catalán en el 2019 y traducida ya a 20 idiomas. Cierto que la fascinación lectora llegó ya arrancado su siguiente texto, proyecto en marcha, pero Te di ojos y miraste las tinieblas —que también publica Anagrama y edita en gallego Kalandraka— no solo confirma que Solà tiene voz propia —una que no se prodiga en la pomada literaria de hoy, menos en alguien de su edad (33 años)—, sino también que no es ella un one hit wonder. Vuelve a las mesas de novedades con una historia más extrema si cabe, escatológica, asalvajada, arriesgada y, sí, preciosa. Al habla, un corro de mujeronas sucias y desabridas, grotescas y ordinarias, insoportables hurgadoras de llagas.
—La idea del trato con el diablo, semilla de la novela, le permitió pensar en el trato que se establece entre autor y lector. ¿Qué se da y qué se recibe a cambio?
—El trato que se establece entre aquel que cuenta una historia y aquel que la recibe básicamente consiste en que mientras se esté contando esa historia el que la recibe va a apagar los sensores de incredulidad, y en vez de pasarse todo el rato pensando «no puede ser, no me lo creo, se lo está inventando, no es verdad», se lo cree, juega a creérselo. Imagina lo que no está delante de sí y se sumerge en esa historia que están construyendo para él. En mi caso, al escribir, además de divertirme, estoy reflexionando, planteando y planteándome a mí misma preguntas, al margen de darle vueltas al hecho mismo de escribir, al intercambio con el lector.
—Explora, piensa, analiza y juega con lo narrativo, con lo que puede hacer al contar historias, con lo que puede conseguir con el lenguaje. ¿Y qué mas?
—Va surgiendo. Cuando empiezo a escribir una novela, no sé qué novela voy a escribir, no decido cómo empezar ni qué va a pasar, lo que intento es entender qué me interesa, a qué conceptos, ideas y temas les quiero dedicar los próximos meses y años de mi vida, así que lo que hago es empezar a investigar, a leer mucho, a visitar archivos y bibliotecas, a pisar territorio, a conocer gente experta en temas diversos, que sabe cosas que yo no sé, e ir entendiendo de qué hilos quiero tirar. Algunos temas estaban ahí desde el principio: el de la perspectiva y el de la voz, el de la subjetividad, el del olvido y la memoria…
—Y decidió acogerse al folklore catalán.
—Hay algo muy bello de las historias, que es que aparecen encima de territorios concretos, en entornos específicos. De todas formas, es interesante ver cómo premisas muy parecidas emergen en contextos absolutamente lejanos o ir viendo cómo ciertas historias viajan, es curioso cómo una historia aparece aquí y luego allá. El folklore me interesa a nivel intelectual porque creo que en él hay una especie de ADN de lo que hemos sido, de quiénes hemos sido, de cómo hemos mirado el mundo e intentado entenderlo, de cómo lo hemos imaginado como grupo desde hace mucho tiempo. Y esa manera de mirar el mundo ha ido sobreviviendo dentro de estas historias, ha ido pasando de generación en generación y ha llegado hasta nosotros, y no es neutra, no es simple, al revés, carga con nuestras faltas y con nuestras virtudes, y creo que trabajar con estos materiales permite, al menos a mí, reflexionar desde la contemporaneidad, desde el ahora, sobre muchísimas cosas: sobre las piedras que cargamos en la mochila o sobre muchas de las ideas que hemos heredado.
—Qué importante que una voz joven se vaya, desde el ahora, a buscar hacia atrás.
—La mirada de esta novela es absolutamente contemporánea, es una mirada crítica, feminista, como lo queramos llamar, pero es desde el ahora. Reflexiona mucho sobre el olvido y la memoria, sobre lo que decidimos olvidar y recordar, tanto a nivel individual como colectivo, tanto de manera voluntaria como involuntaria, y de cómo en este decidir recordar ciertas cosas y en el gesto de hacerlo y en el esfuerzo de narrar el recuerdo también transformamos todo constantemente.
—Las carencias, supuestas consecuencias de la maldición, ¿son inconvenientes o son ventajas?
—Hay una constante de eso y, también, un paso más atrás, que es el de decir «supuesta maldición». Porque Joana sospecha y se llega a creer que ella y todos sus descendientes han sido condenados, pero el demonio nunca le dice en voz alta: esto es lo que va a ser. Y, sí, es evidente que Blanca no tiene lengua, pero que a Margarida le falte un cuarto de corazón ... O a Bartomeu el amor que un hijo debería sentir por su madre, conclusión a la que por cierto llega su propia madre... Así que hay también aquí una reflexión de, bueno, un momento, depende de cómo veas el mundo, depende de cómo te mires a ti misma, depende de cómo mires a los demás, tal vez siempre vas a encontrar que te falta algo, que le falta algo al otro. Y luego está esta otra reflexión: qué es una suerte y qué una desgracia: ¿Es una suerte saberlo todo, verlo todo, como Bernadeta? No sé qué diría ella, que se pasa toda la vida intentando gestionar lo que ve de más. ¿Es una suerte no sentir dolor? No sé qué diría Ángela, que se pasa toda la vida obsesionada por todo lo que no entendió porque no sentía dolor.
—Joana se convence de la maldición y Margarida nos cuenta su versión de los hechos, las cosas como ella las ve, como ella cree que son, como ella quiere que sean.
—Claro, Margarida lo que intenta hacer es establecerse como cronista. Y por eso está todo el rato intentando quitar de en medio a todo el mundo, que sea solo su versión la que vale. Y también hay aquí una llamada de atención al lector: ojo, cuidado, no te creas a Margarida. Cuando empiezas a leer la novela, puedes pensar: ah, vale, Margarida nos va a contar. Sí, pero Margarida te va a contar su versión de los hechos, como todo el mundo. Y no hay una verdad en mayúsculas, no hay una historia familiar objetiva, al igual que no hay una historia en mayúsculas objetiva; hay alguien contándotela, con sus intereses, con sus ideas, con sus preconcepciones, con sus opiniones.
—Una mujer sin lengua, otra con un corazón más pequeño de lo normal, otra sin pestañas.
—Todos los personajes me permiten explorar cosas distintas. La no lengua de Blanca, sobre el lenguaje, el pensamiento abstracto, la fisicalidad: a ella no le interesa nada que no se pueda tocar ni se pueda ver y todo lo que sea lenguaje o lo que sea abstracción no le importa. El corazón pequeño de Margarita me lleva, por ejemplo a que ella siempre esté girando alrededor del amor romántico y las no pestañas de Bernadeta, que de tanta agua de tomillo que de niña le echan en los ojos, porque le duelen, que acabe por ver cosas que no le tocaría ver. A nivel estructural y a nivel literario este personaje funciona como una entidad que ve todo a la vez; en ella se entrecruzan todas estas historias, pasadas y futuras. Y luego está el hecho de que ella no sabe cómo gestionar todo eso que ve, desde niña está constantemente viendo cómo muere todo el mundo, cómo matan a todos, y entonces cuando se encuentra por primera vez al demonio deja de repente de ver todas estas cosas tan específicas, consigue una perspectiva más amplia, alcanza cierta paz, cierta calma, y se enamora de él.
—Escribió esta novela —que empieza de noche y acaba de noche— mirando a la oscuridad.
—En ella hay la misma cantidad de oscuridad que de luz, es una novela oscura en la misma medida en el que es una novela luminosa. Es que no habría luz sin oscuridad, no habría vida sin muerte, no habría día sin noche. Y la oscuridad de la novela acaba siendo un espacio de libertad, de posibilidades, de placer, de refugio. El propio título remite a esta libertad: «Te di ojos», o sea, te di vida, te di un código moral, te di unos valores. Es una frase que, además, Dios le dice a Margarida cuando supuestamente ella se imagina que la está abandonando; es como un reproche dentro de lo que podría ser una conversación paterno-filial, porque la novela va mucho también de la estructura de las familias. Y dice eso. Te di todo y tú, con aquello que yo te di, hiciste lo que tú quisiste, no seguiste el camino marcado, no fuiste lo que yo quería o lo que yo esperaba de ti. Miraste en la dirección que tú quisiste mirar, que tú elegiste mirar.
—En esta novela sucede que el lector se da cuenta de qué va la cosa ya algo avanzado el texto, que llega un momento en el que, de repente, cae en lo que está pasando. ¿Cómo se gestionan tal cantidad de voces?
—En una ocasión, un editor alemán me dijo que al lector los ojos se le van acostumbrando a la oscuridad y que cuando los ojos se le han acostumbrado, de repente dice, veo, entiendo. Aquí hay unas ganas de proponer un juego al lector. A medida que yo voy entendiendo el libro que voy a escribir, comprendiendo en profundidad los temas de los que estoy hablando, la novela va tomando forma. Por ejemplo, una de las reflexiones que hace es sobre el hecho de que las historias familiares siempre nos llegan de manera fragmentaria y desde distintos puntos de vista. A ti nadie te sienta y te dice, vale, te voy a contar toda tu historia familiar durante horas, durante días, desde el principio hasta aquí, sino que tú un día escuchas a tu madre algo sobre tu tío, otro día tu padre cuenta otra cosa, tu abuela habla de tu abuelo, tu primo la contradice, y así. Vas poniendo en su lugar estos trocitos para ir entendiendo y a veces alguien no te cuenta una parte o, años después, te vuelve a contar lo mismo, pero distinto. Así que hay una reflexión sobre esto, sobre la no objetividad de las historias familiares, porque si alguien te sentase y te contase toda tu historia familiar no te estaría contando toda tu historia familiar, te estaría contando su versión, con sus intenciones, sus recuerdos, sus preconcepciones, sus opiniones y su voluntad. Por eso, estas ganas de contar esta historia desde las miradas de mujeres muy distintas que, a veces, se contradicen o que, a veces, tienen una manera de entender el mundo de manera totalmente diferentes.
—Solo hablan las que ya no están.
—Claro, por eso esta voz narrativa, como un golpe de aire que se mete en esta casa, como una presencia fantasmagórica más que se va paseando sin pies y que se va acercando a cada una de estas mujeres, casi invadiéndolas, casi metiéndoseles en la espalda, y cuanto más cerca, cuanto más dentro de ellas está, más es capaz de contarnos los recuerdos, las sensaciones, sus maneras de entender el mundo. No se queda con una, pasea un rato al lado de Margarida y luego la deja, y se va a buscar a otra y luego la deja y se va a buscar a otra, y así va pasando por todas ellas, siempre desde este otro lado, solo se acerca a las mujeres muertas. La voz narrativa está siempre del lado de las que ya murieron. Solo cuando Bernadeta está ya a punto de morir nos podemos acercar a ella, porque ya está más del otro lado que de este.
—¿Irene Solà cree en fantasmas?
—A Irene Solà le interesa mucho el fantasma, o le ha interesado en esta novela el fantasma, desde lo literario, todo lo que el fantasma permite a nivel literario y a nivel narrativo. Es una gran figura para reflexionar sobre ciertos temas y para contar ciertas historias, abre posibilidades.Y claro, igual que hay subjetividad y perspectivas dentro del libro, puede haberlas también fuera de él, en el sentido de que cada lector que se acerca el libro lee desde su mirada, lee desde su manera de entender el mundo, leer desde sus vivencias y desde sus fantasmas, así que cada cual se puede relacionar con todo lo que hay de manera muy distinta. Aquí, también, la magia de la literatura.