«Wonka» ilusiona, pero no como Tim Burton

FUGAS

Te queda un sabor agridulce por no poder disfrutar del universo mágico de un genio

04 ene 2024 . Actualizado a las 17:37 h.

Es la película más dulce de la Navidad. Wonka se ha convertido en un plan perfecto de las vacaciones para disfrutar en familia, sobre todo para los que son fans indiscutibles de Charlie y la fábrica de la chocolate (2005). La nueva película de Paul King viene a ser una precuela del emblemático cuento de Roald Dahl, que sitúa a Willy Wonka años antes de crear su imperio dulce. Este prodigioso joven inventor, mago y maestro chocolatero no termina de alcanzar la fortuna, a pesar de intentarlo desesperadamente con la actitud más positiva que uno pueda imaginarse. La ambición de los otros y un deprimente mundo, que parece haber salido de un cuento de Dickens, son losas demasiado pesadas que impiden triunfar al ingenuo Willy.

Esta película es una ventana abierta a la fantasía y, sin duda, la escena de la chocolatería es fascinante, mágica, ilusionante e ingeniosa. No puedes dejar de sentirte un niño ante la vieja ilusión de encontrarte una casita hecha de chocolate para devorar entera. También Timothée Chalamet, que interpreta a Willy Wonka, está soberbio en su actuación, y es capaz de sostener todo el peso de la película. Pero hay un personaje que te enternece y te divierte a partes iguales. Se trata de Hugh Grant interpretando a un Oompa-Loompa desterrado y, enojado con Willy por haber provocado su desdicha. Este personaje es, sin duda, un contrapunto magnífico y necesario al mundo edulcorado que Wonka quiere imponer permanentemente.

También chirría en este nuevo guion que no haya ni un solo guiño al carácter excéntrico del Wonka burtoniano, como si, con los años, se hubiera convertido en una persona completamente distinta. Tampoco hay huella del padre de Willy, el doctor Wilburg Wonka, y la mala relación con su hijo. Su difícil infancia se debe, en este caso, a la muerte repentina de una madre cariñosa que lo guía, a través de su recuerdo, para alcanzar su sueño de ser el mejor chocolatero del mundo.

Pero si has visto el filme de Tim Burton y te ha maravillado su creación no puedes evitar echar de menos su arte, el universo tan maravilloso que crea y el estilo inconfundible de un genio. Es como si encargaran a Juan Gris una versión del Guernica. Seguramente sería un cuadro magistral, pero imposible de compararse con el del maestro Picasso.

Aquí ocurre algo parecido. La película es preciosa, quizás empalaga que haya un exceso de escenas musicales y una desbordante ingenuidad y optimismo en el personaje de Wonka. Aun así es digna de un cuento de Navidad. Pero las comparaciones son odiosas y, en este caso, mucho más. Porque solo se puede mejorar la anterior versión, si hubiese sido el creador de Beetlejuice el que hubiera dirigido esta precuela. Se echa de menos su firma durante todo el filme. Y cuando termina, te queda un sabor agridulce por no haber podido disfrutar de su universo.

Habría que preguntarle a los herederos de Roald Dahl qué opinan de esta nueva película. Demasiado azúcar y sin rastro los Bucket, debió de pensar Liccy Dahl al verla. Sobre todo, tras comprobar hace años cómo vio Burton en el cobertizo donde su padre escribía la casa de los Bucket: «Gracias a Dios que alguien lo entiende», dijo ella entonces. ¿Pensará lo mismo ahora?