Kevin Johansen: «A estas alturas, el rock es música clásica, obviamente»

FUGAS

Kevin Johansen cierra su gira española en el Náutico de San Vicente.
Kevin Johansen cierra su gira española en el Náutico de San Vicente.

Kevin Johansen actúa el domingo en el Náutico de San Vicente (19.00) con la única compañía del ilustrador Ricardo Liniers. Un mano a mano entre dibujo y música, poesía y emoción

12 jul 2024 . Actualizado a las 10:07 h.

Destila esa ironía y esa lucidez propias de su condición de nómada y cosmopolita. De trovador utópico, de retratista emocional, de soñador inconformista, de amante apasionado y sencillo disfrutón. De quien no quiere más, sino mejor. Que de eso va su nuevo disco. Este domingo deja descansar a su banda y se presenta en el Náutico de San Vicente (19 horas) con la única compañía del ilustrador Ricardo Liniers, quien acompaña con la creación de un dibujo cada canción.

­—Pero no son creaciones digitales, sino con acrílico sobre papel.

—Sí, es absolutamente orgánico y a base de improvisaciones. Nunca ensayamos nada. Lo decimos con cierto orgullo y también con cierta inconsciencia. Liniers es muy libre. Hay veces que no sigue para nada la línea literal de la canción y otras que la lleva a rajatabla. Yo lo paso muy bien. Siempre digo, un poco de broma, «qué bueno estar en el escenario con alguien que no sea músico». Porque los músicos somos insoportables. Y me incluyo.

—Es decir, que tú cantas siempre la misma letra, pero él no reacciona de la misma manera con sus ilustraciones en todas las ocasiones.

—Bueno, a veces también le tiro una zancadilla. Hay canciones que no hago nunca y por ahí digo, «uy, tengo ganas» y me pongo a cantarla. Pero él tampoco se ata demasiado. Y es que Liniers es primordialmente un poeta de la ilustración. A veces la gente piensa que va a hacer como algo liviano o el chiste fácil. Y si, por supuesto, tiene mucho humor, pero Liniers llega a emocionar a la gente hasta el llanto con sus ilustraciones. Esas yuxtaposiciones que hay en nuestro espectáculo son muy bonitas.

—¿Qué hacéis después con esas ilustraciones?

—La mayoría son ofrendadas al público en forma de avión a medida que avanza el espectáculo. Una muestra más de la humildad y la generosidad argentina (se ríe).

—Y si le damos la vuelta al formato, ¿serías capaz de que él fuese dibujando y tú componiendo a partir de lo que él fuese pintando?

—Sí, podría. Pero es mejor que no lo probemos (se ríe). Podría ser algo más tipo Ornette Coleman que algo de cantautor. Lo hicimos una vez en Montevideo y era algo así como free jazz.

—El sentido del humor, tan presente en ti, ¿se ha ido convirtiendo poco menos que en el refugio de nuestras vidas?

—Bono, de U2, comentaba que los nuevos rockstars eran los cómicos de stand up, que eran más revolucionarios que los rockeros. Y algo de eso hay. Pero, como decía Mark Twain, el problema con el humor es que nadie lo toma en serio. Cuando, a través del humor, una observación o una crítica social puede llegar a ser muy profunda.

Kevin Johansen cierra su gira española en el Náutico de San Vicente.
Kevin Johansen cierra su gira española en el Náutico de San Vicente.

—Ya me contarás el por qué de la portada de tu último disco.

—Yo soy un surrealista frustrado. Tenía que haber nacido hace cien años y haberme hecho amigo de Dalí y de Buñuel. Hay algo ahí en esa portada de ver las cosas desde otra perspectiva.

—¿Puede ser que en «Quiero mejor» estén las canciones de amor más bonitas que has escrito nunca?

—Quizá. Me era necesario. La madurez te hace apreciar el amor desde otro punto de vista. Apreciar las relaciones y nuestra inconmensurable capacidad de dar y recibir amor, ajenos incluso a ciertas ataduras y mandatos sociales.

—¿Cuáles son tus «gustos simples»?

—Pues mira, dormir bien, tomarme un zumo de naranja, como me estoy tomando ahora, con un café con leche para arrancar el día. Alquilar una bicicleta para pasear por las playas de Mallorca... Esos son mis gustos simples de este momento.

—«Ya no me interesa discutir», dices en la canción que abre el disco.

—Hay una frase muy hermosa de Gabriel García Márquez, de cuando el grupo de Barranquilla se juntaba en el bar La Cueva, y como todos pontificaban, discutían y acababan peleándose, uno escribió «Aquí nadie tiene la razón». Esa frase yo la he puesto en mi casa, imagínate.

—¿A cuántos «tangueros del rock pegados a su pasado» conoces?

—Esa imagen viene de que cuando en los años 60 apareció el rock en Buenos Aires, los tangueros se quejaban de los rockeros. Ahora los rockeros se quejan de los traperos. Es algo que no tiene fin. Pero sí, sí que conozco a muchos tangueros del rock, a muchos nostálgicos. A estas alturas, el rock es música clásica, obviamente.

—¿Cómo te llevas tú con las nuevas sonoridades?

—Muy bien. Pero yo soy muy tanguero del rock también. Me despierto y escucho Creedence, Sinatra, Aretha Franklin... Pero, como tengo hijos jóvenes, soy permeable. «El verdadero artista no desvía la vista», decía Kurosawa. Así que, en ese sentido, es un desafío siempre porque todos somos un poco cobardes y desviamos no solo la vista sino los oídos también. Yo generalmente escucho lo que me gusta y después, de algo nuevo puedo decir: «Qué bien producido, qué buena idea musical, que atrevimiento...». Pero, al final, todos los géneros son primos hermanos de otros géneros. El tan denostado reguetón, por ejemplo, es un hijo putativo del dancehall jamaicano... No hay que darle tantas vueltas. Es mucho más simple de lo que pensamos.

—Tú, de hecho, siempre te has definido como un «desgenerado».

—Claro, claro... También los Beatles eran unos «desgenerados». Tenían influencias mil. Pero siempre tenemos esa necesidad de clasificar y catalogar.