Alejandro Palomas: «Ese minuto en que tu hijo adolescente te cuenta algo y no lo escuchas puede cambiar la vida de una familia»
FUGAS
«Sufrí un estrés tan grande de niño que vivo casi como un gemelo», revela el autor que da voz al silencio adolescente con sensibilidad, pero sin paños calientes
20 dic 2024 . Actualizado a las 11:24 h.Los adolescentes viven con los auriculares puestos. Los adultos, también, pero los de los adultos son invisibles, están hechos del mismo material que las excusas. «A veces un hijo se abre a ti un minuto, pero no le escuchas, estás pensando en ese mail que tienes que enviar mañana. Y ese minuto puede cambiar la vida de una familia», dice Alejandro Palomas, que vuela al corazón del público adolescente con El día que mi hermana quiso volar. Pero también interroga a los adultos, desde el silencio en el que decide protegerse, Elio, el mellizo mutilado que conduce esta historia. «Los adolescentes leen el libro con la mente thriller. Pero la novela tiene dos niveles de lectura. Para el público adulto, que siempre lleva un adolescente dentro, es bueno entender qué está pasando, cómo conectar con un adolescente que decide no hablar», comienza el autor que destapó los abusos sexuales que se cometían en los 70 en un colegio de La Salle.
—Elio, el protagonista de esta historia junto a su melliza Eva, tiene un bloqueo. ¿Estamos ante un «thriller» en clave emocional?
—Elio es un niño que decide no hablar, pero justo en el momento en el que decide no hablar se encuentra con alguien especializado en hacer hablar. Yo me planteo la novela como un thriller, pero si pensamos en thriller, solemos ver a un policía con un pitillo y un vaso de whisky queriendo averiguar, no vemos la parte psicológica, la que me parece importante mostrar...
—El suspense lleva sombrero y gabardina en un tipo de novelas de suspense. En otras, el misterio es el secreto.
—Es eso, y si quieres le añadimos el suspense psicológico. «Yo como madre me daría cuenta. A mí no me pasaría eso...», piensas al leer. ¿Seguro?
—¿La culpa se esconde siempre en el corazón de las madres y los padres?
—Totalmente. Cuando se enfrenta a algo tan duro como la pérdida de un hijo, la familia es un rompecabezas que se cae de repente. Como si hubieras abierto la ventana y se cayesen por el suelo las fichas de la culpa, las frustraciones, del replanteamiento de la pareja..., la salud mental de un adolescente, que es la salud mental de la familia.
—«No era lo que había, era lo que faltaba», leemos. En una época en la que todo es estímulo, hiperconexión, distracción, exceso, ¿lo que duele es lo que falta?
—Claro. Vivimos en el ruido constante. Cuando uno apaga la voz, ¿qué queda? Los adolescentes, y los adultos, vivimos en el ruido de lo inmediato. ¿Qué pasa cuando alguien pulsa el off, cuando te encuentras con un adolescente que no emite ruido?, ¿qué violencia genera ese silencio en su familia? Rápidamente, cada uno se refleja en ese espejo: la madre de una manera, el padre de otra distinta. El silencio genera una incomodidad tremenda alrededor. Huimos del silencio, ahora mismo es casi imposible encontrarlo. Los adolescentes están constantemente con los auriculares puestos.
—Los adultos también llevamos auriculares, pero invisibles. Nos cuesta oír lo que nos quieren contar los hijos. Cuántas veces te hablan y no escuchas...
—El problema es que, en una de esas que te cuentan y no escuchas, te cuentan algo importante, algo tan importante que puede cambiar la vida de una familia. Puede ser un minuto, pero después cuando ocurre la tragedia, igual te acuerdas...
—¿Hay que ser rebelde frente a ese ruido del tiempo que nos toca vivir?
—Sí. Hay que ir contra corriente, y no es un riachuelo, ¡es el Amazonas! Todo está diseñado para que no oigamos, para que no tengamos esa capacidad de rebeldía.
—¿Son gemelos realidad e imaginación en tus novelas?
—Cuando pierdes a un hermano, quedas huérfano, pero, si es un mellizo o un gemelo, no es orfandad, es amputación. Es como la persona que pierde un brazo y lo sigue sintiendo años. La intensidad se duplica, y yo necesitaba esa intensidad para que la contención y el silencio de Elio tuvieran el doble de potencia. Hace muy poco tiempo me di cuenta, por mi infancia, por haber sido un niño abusado, que cuando vives un estrés emocional como el que yo viví, lo que haces es disociar. Creas otro niño, otro niño que va de la mano contigo. Yo vivo como un gemelo, y ese otro es una forma de consuelo. La realidad y la ficción en mí son uno. Yo soy lo que escribo, porque lo vivo, yo no relato. Yo experimento y comparto. No quiero que leas mi novela, quiero que estés dentro. Conmigo.
—Es «estás en tu casa», pero cuidado...
—Es «esta es tu casa, ponte cómodo o cómoda, porque quizá tu casa no es como crees o tiene habitaciones que no conocías».
—¿Ves fácilmente el dolor de los demás?
—Soy especialista en eso. Estoy entrenado en leer el dolor de los demás. Me gusta descubrir el dolor y ayudar a hacer algo con él. Yo llevo en terapia desde los 6 años y me he fijado en quien tenía detrás, guiándome. Muchas veces, con escuchar bien, hay un 50% de trabajo hecho. Mira, esto pasa con los adolescentes. Cuando te sientas con un adolescente, y se siente escuchado como adulto, te habla como un adulto. Pero, si en esa conversación, bajas al nivel niño, se acabó la conexión.