En directo | Vimianzo despide a otra víctima de la carretera Más de mil personas dieron el último adiós al joven Diego Pereira Trillo, dos de cuyos primos también murieron en sendos accidentes de tráfico
08 sep 2003 . Actualizado a las 07:00 h.La pequeña aldea de Santa Cristina, en Vimianzo, parecía ayer un hervidero. No había ni un hueco donde dejar el coche. Cientos de personas caminaban con caras largas hacia la casa de Manuel Pereira y Aurora Trillo. Allí los dos velaban el cadáver de su hijo. Diego tenía 19 años cuando el pasado domingo la mala suerte se cebó con él y su familia. La moto patinó y el joven perdió la vida. Iba en su moto hacia Muxía. A la altura de Suxo se acabó su viaje. Dicen los vecinos que el suelo ese día estaba algo mojado, que a Diego le gustaba correr y que las ruedas resbalaron. En su caída se llevó por delante a tres mujeres que peregrinaban a Muxía por la festividad de A Barca. Cayó al suelo y su cuerpo chocó contra un coche. Eran cerca de las tres de la tarde y lo extraño es que a esas horas pasen coches por esa carretera. Las mujeres acabaron en el hospital de Cee. Diego Pereira Trillo ya no llegó vivo. Mala suerte Cuando la carretera siega una vida los vecinos suelen acudir a los funerales. Ayer en la iglesia de San Pedro de Berdoias, al lado del cementerio en el que recibió sepultura, había cerca de mil personas. La juventud de Diego era un motivo más que suficiente para aquella reunión. Pero entre los vecinos reunidos en el atrio de la iglesia la expresión «mala suerte» era la que más sonaba. Hace dos años, José Manuel Trillo, de 19 años, tuvo un accidente a escasos kilómetros del lugar en el que Diego perdía la vida. José Manuel también murió. Los dos eran primos. Con la tristeza todavía a flor de piel, doce meses después, Iván Trillo, de 18 años, acababa con su vida en la misma zona. También eran primos. En la familia de Manuel Pereira y Aurora Trillo el luto forma parte de una dura rutina. Cada año, desde hace tres, se visita el cementerio para despedir a otro joven. Detrás del féretro, a la entrada de la iglesia, todos los rostros estaban descompuestos. Besos al ataúd, caras pálidas, lágrimas y labios que temblaban con una mezcla de pena y rabia. Las coronas de flores llenaban dos coches fúnebres. En Berdoias, los que tenían una expresión más seria eran los jóvenes, sus amigos, aquellos que los conocían. A las seis llegó el coche con Diego Pereira. Aunque su casa estaba a cinco kilómetros, era muchos los que venían a pie detrás del coche negro. Caminaban en grupo por la C-552, una de las carreteras con la tasa de siniestralidad más alta de Galicia. Eran más de cien. «Vailles ben en todo, pero no máis importante non tiveron sorte», comentaba un vecino de Berdoias poco antes de comenzar la misa. A sus 19 años Diego Pereira trabajaba con su padre en Madrid, en la empresa de construcción que tiene la familia. Ayer pensaba poner rumbo a la capital para reincorporarse a su trabajo, pero se quedó por el camino. Situaciones similares En el cementerio de Berdoias, además de los amigos, de los conocidos y de los que querían mostrar su apoyo, había también un buen puñado de familias que habían pasado por situaciones similares en Santa Irene, en Vilaseco, en Vimianzo. La muerte es algo demasiado frecuente en una zona en la que la gente, sobre todo los jóvenes, se pegan al coche nada más salir de casa. En el cementerio los murmullos pedían no volver a estar allí el año próximo.