La construcción y la hostelería mandan, pero cada vez son más las personas altamente cualificadas que emigran a las Islas, o que llevan ya muchos años haciéndolo
30 nov 2004 . Actualizado a las 06:00 h.Muy pocos de los miles de gallegos que trabajan y viven en Fuerteventura saben que el primer paisano que pisó aquellas calientes, y, por entonces, inhóspitas arenas, era de Mondoñedo y se llamaba José Castañeyra. Corría el año 1850. En realidad, a donde primero había arribado fue a Tenerife, diez años antes. Allí tuvo a su hijo Ramón, en 1844, y con seis años se lo llevó a Puerto Cabras, hoy la capital, Puerto del Rosario. Con Ramón se iniciaba la estirpe de los Castañeyra, que es casi como decir la historia de Fuerteventura. Un lugar que hasta hace tres días era casi un pueblo alargado en el que todos se conocían, y hoy es una tierra que da cobijo a gallegos con ganas de triunfar en la vida. Ramón Castañeyra, masón, sobre el que la UNED ha publicado una interesante biografía, triunfó. Comerciante de éxito, alcalde, editor y periodista, en su casa se acogería años más tarde a Miguel de Unamuno en su exilio majorero. Una de sus bisnietas, Mar Castañeyra, recuerda su historia en los platós de Crónica de Fuerteventura , una emisora de radio y televisión local, además de periódico quincenal. Las letras siempre han tirado mucho a los emigrantes gallegos en la isla. Antonio Queijeiro, coruñés dirige el Fuerteventura Magazine , presenta una tertulia política en otra televisión y se ha decidido por los negocios más o menos relacionados. Asegura que son muchos los paisanos a los que les va muy bien en profesiones de -llámesele- élite. Ayuda mucho la Reserva de Inversión en Canarias (RIC), una especie de paraíso fiscal que permite reinvertir los beneficios que deberían pagarse a Hacienda con el compromiso de no vender lo adquirido en cinco años. Un acicate para emprendedores. Además de las letras, las palabras son otro campo de actuación de los gallegos. La palabras se vierten en el programa Troula , a través de los repetidores de Radio Archipiélago, los domingos por la mañana, cuarenta minutos a partir de las once. Realizado en gallego y castellano, su responsable es Xurxo Rodríguez Pérez, presidente de la asociación Alexandre Bóveda, a la que dedica con encomio el tiempo que le deja un encargo del Cabildo de Fuerteventura para realizar un plan de contingencia en caso de vertido de hidrocarburos. Esta entidad es la que propició la instalación del cruceiro de granito de Poio en Puerto del Rosario, además de numerosas actividades culturales. Tal vez por eso, el concejal de Cultura de este municipio, Antonio Patallo, escogió el granito gallego para celebrar el último Simposio Internacional de Escultura, «como una especie de hermanamiento cultural», dice. El práctico del muelle de Puerto del Rosario, José Ignacio Yáñez Pérez, de O Vicedo, Lugo, llegó hace año y medio voluntariamente al que es el puerto más importante de la isla. Capitán de la Marina Mercante, por sus manos -y por las de un compañero- pasan entre 65 y 70 barcos mensuales. Asegura que en la isla se siemte «muy a gusto e integrado». Lo mismo que Eduardo Pereira González, director del aeropuerto de Fuerteventura desde hace una década. Natural de O Carballiño, de 41 años, es ingeniero aeronáutico (fue compañero de carrera del astronauta Pedro Duque). Cuando se hizo cargo de las instalaciones, en el 94, el aeropuerto tenía un tráfico de 1,5 millones de pasajeros, y hoy sobrepasa los cuatro millones, con más de 40.000 operaciones de vuelo. Ejerce tanto de gallego - es decir, trabaja demasiadas horas- que reconoce que no tiene apenas tiempo para relacionarse con sus paisanos. Su mujer, también gallega, es microbióloga en el hospital de Fuerteventura. Otro peldaño más en la emigración de élite. Hay muchos más ejemplos de integración fructífera, y en diversos campos. Incluso los deportivos. El galaico Nacho Castro, del Fuerteventura, es uno de los jugadores más vitoreados de este club de Segunda B. Un descendiente de emigrantes arrasa en la singular lucha canaria. Hay abogados, médicos, ingenieros técnicos, un notario, el secretario del Cabildo, empresarios turísticos de muy alto nivel... La lista es casi inabarcable. Instituto de Astrofísica En esta línea de talentos que buscaron las altitudes sureñas para progresar, sería injusto dejar de lado al Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), uno de los principales observatorios mundiales y establecido en la isla de Tenerife. Entre su plantel, de unos 350 técnicos, la mayoría físicos, hay, naturalmente, una buena representación de gallegos. Cuatro de ellos recibieron a La Voz en las instalaciones centrales, en La Laguna. El más veterano es Manuel Vázquez Abeledo, que escruta las estrellas, allá lejos, desde 1970. Es de los astrofísicos de la primera guardia, cuando aún se pasaba la mayor parte del tiempo junto a los telescopios de Izaña, próximos al Teide. Sus trabajos son una referencia en física solar. También están Roberto López (de Vigo, 23 años en la isla) y José Luis Rasilla Piñeiro (18 años, de Lugo), ambos en el departamento de instrumentación óptica; además de Pablo López Ramos, informático coruñés que ya va por los quince años en el IAC. Todos ellos trabajan en un complejo cuyo primer telescopio se instaló en 1964, pero que como lo que es ahora está a punto de cumplir 20 años. Más de sesenta instituciones científicas de veinte países colaboran en la inmensa gestión de los datos que proporcionan los diez telescopios del Teide y los 13 de Roque de los Muchachos, a los que se sumará el año que viene en Gran Telescopio de Canarias. Desde las pantallas de sus despachos analizan el espacio visible y el infrarrojo. Cada uno, a su manera, ha participado en descubrimientos, o en avanzados análisis, de cientos de cuerpos estelares. Es un trabajo de equipo, en el que tal vez, gracias a la informática, se haya perdido parte del romanticismo que siempre rodeó la vida del astrónomo, aunque ahora todo es mucho más efectivo. Además de ver, también se construye. López y Rasilla diseñan y montan complicados elementos y sistemas ópticos, un campo en el que España es una potencia mundial. Muy lejos en el tiempo, tanto que ningún instrumento óptico o imaginario sería capaz de registrarla, fue la llegada a la actual tierra de Tenerife del coruñés Fernando de Ordel, conde de Andeiro. Siglo XIV, aún faltaba mucho para inventar el telescopio. Con él arribaban las primeras migraciones más o menos peculiares. Lo que dio de sí.