Los nuevos gallegos | María Isabel Basteiro Monguí No tuvo que abandonar a su familia ni enjugarse las lágrimas con un título académico. Aterrizó en Galicia con los suyos y logró trabajar en lo que quiere.
06 feb 2005 . Actualizado a las 06:00 h.La historia de Isabel se parece más a un cuento de los hermanos Grimm que a una crónica del telediario. Nació en Bogotá hace cuarenta años y hace casi tres que cambió el bullicio de la capital por la tranquilidad estradense. Su padre fue uno de tantos gallegos que en los 50 se fueron a hacer las Américas. Era un joven inquieto y su parroquia natal, Codeseda, se le quedó pequeña. A los 18 ya había dejado la aldea. Sus primeros pasos los dio sobre el andamio, poniendo ladrillos a las viviendas de asturianos y leoneses. Luego se aventuró a cruzar el charco. El olfato lo llevó a Colombia y encontró trabajo en una cervecera. Como le sobraba iniciativa, decidió montar su propia empresa. Con un Mercury 51 se reconvirtió en taxista y a fuerza de hacer kilómetros reunió una flotilla de «carros» que empezaron a carretar pesos. Las ganancias dieron para montar una fábrica de punto y una constructora. Había hecho empresa. Ahora revisaba los números mientras otros echaban el cemento. Pero a Juan Basteiro, en Colombia, no sólo le sonrió la fortuna. Como en los cuentos de hadas, también apareció una princesa. Se llamaba Nohra Monguí y era más colombiana que el vallenato y el buyerengue. Del matrimonio nacieron dos hijas: María Isabel se graduó en Periodismo por la Universidad Javeriana de Bogotá y Yenny Patricia, en Medicina. Nunca les faltó nada. Ni cultura, ni dinero. Ni viajes a España para hacer turismo y visitar la casa paterna. Trabajar para la devaluación Pero hasta para una familia de fábula, el futuro se vuelve incierto tras «treinta años de guerra no declarada» y de crónicas negras de narcotráfico, paramilitares y guerrilleros. El terrorismo ha frenado la economía, agudizado la pobreza, provocado una estampida hacia el exterior y herido el orgullo de los buenos del cuento. Y el peso sigue cayendo. Y los colombianos siguen sufriendo. Isabel es sólo una de ellos. «Mi padre siempre lo dice: 'trabajé para la devaluación'», comenta ella. Aún así, su familia tuvo suerte. «Nosotros nunca vivimos mal. Me quejaría de vicio», confiesa. Sus padres ya están retirados. Antes de aterrizar en A Estrada, ella dirigía la edición colombiana de la revista Muy Interesante. Su hermana trabajaba en el departamento sanitario de una petrolera. Pero el futuro se antojaba estrecho. «Con la devaluación de la moneda, nos tocaba conformarnos. Nunca íbamos a poder hacer un capital para el futuro ni vivir como queremos», lamenta. Así que decidieron hacer las maletas e instalarse en la patria paterna. La familia al completo. Lo hicieron con buena estrella. Con el mismo empeño con el que Juan había triunfado en Colombia, las hijas repitieron la hazaña en su tierra. Isabel se hizo un hueco en la revista Thermaespa y su hermana en la mutua Asepeyo. Su cuñado también tuvo suerte y ejerce como ingeniero. Los padres disfrutan de un retiro tranquilo. Juan ha vuelto a sus raíces después de 45 años y Nohra busca su sitio aún con la morriña a cuestas.