Ya prácticamente nadie discute que hacen falta reformas para que la asistencia sanitaria sea más eficiente. Y ello con independencia de lo que se gaste, que al final es una decisión de los ciudadanos a través de sus representantes. Puede constatarse que esta es una cantidad que se ajusta bastante bien a la que nos corresponde por nivel de renta. El problema con los recortes radica en que hay quien los confunde con reformas. Y esta es una confusión peligrosa porque no deberían hacerse los recortes que se están planeando. Por dos motivos. Primero, porque las partidas amenazadas son las más sencillas de recortar y no las más lógicas. En consecuencia, podemos hacer ineficiente incluso lo que ahora es eficiente. Segundo, porque al salir de la crisis nos encontraremos en peor situación que cuando entramos.
Aunque algunas reformas ya deberían haberse hecho, ahora toca abordarlas en profundidad. Reformas que van desde la reasignación de gastos poco o nada eficientes (que los hay) hacia aquellos otros que generan valor, hasta la reordenación de las estructuras asistenciales, eliminando compartimentos estancos y difuminando fronteras, para incrementar productividad y calidad. Pero la más importante de todas consiste en recobrar, para los médicos, un protagonismo radical en las decisiones ejecutivas de asignación de recursos asistenciales. Con autonomía y con responsabilidad. Para ello hay dos problemas. Unas Administraciones acostumbradas a que la profesión médica sea un grupo de empleados más. Y unos profesionales que durante varias generaciones han asumido un estatus funcionarial. El futuro del sistema sanitario dependerá de que ambas circunstancias puedan superarse.