La crisis nos lleva a escenarios pasados que no creíamos podrían volver. La pobreza, la inseguridad, y la emigración son síntomas de un país sin oportunidades. Los gobernantes dicen que somos solventes, pero la evidencia no va más allá de los números contables. Hoy Galicia vuelve a ser esa región emigratoria de siempre. Y con la pérdida de habitantes, se va el talento, la juventud, el potencial demográfico y la capacidad innovadora. Cierto que algunos vienen, pero los que se van suman más. Es penoso ver cómo la principal posibilidad de reponer nuestra decrépita pirámide demográfica se malogra. Al mismo tiempo perdemos la inversión en formación, porque muchos de los que emigran son los jóvenes universitarios. En fin, una cadena de amenazas que nos atenaza.
Se entiende que la Administración intente poner en marcha políticas natalistas, pero si los jóvenes que podrían tener hijos se van, a quién irán dirigidas. La estructura demográfica de nuestros pueblos, villas y ciudades ya estaba desestructurada, pero ahora, desde el 2007, el descenso de la base, allí donde aún quedaba, se ha acelerado. Existe una correlación directa entre el avance de la crisis y la pérdida de habitantes. Esa es la causa concatenada de la sangría que padecemos. Y como no se vislumbran más que nubarrones en nuestro horizonte económico, y como Galicia se está quedando sin quienes la defiendan, el sombrío panorama de este invierno demográfico se congela.