«Señoría, me pican las sábanas»

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

Los reclusos de los prisiones gallegas realizan todos los meses decenas de peticiones de lo más variopintas, desde una Nintendo a cera de depilar

11 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

«Hay que estar ahí dentro para darse cuenta uno del valor que tiene un secador de pelo, una buena almohada o una maquinita Nintendo». La frase es de una exreclusa de Teixeiro, pero podría ser de cualquiera de los 3.600 presos que llenan las cárceles gallegas. Ahí donde nadie está por gusto, la cera para depilarse, por ejemplo, ya no es que sea un lujo, es algo prohibido. Todos los meses llegan a la mesa de los jueces de Vigilancia Penitenciaria decenas de peticiones. La mayoría se refiere a productos de primera necesidad; pero hay algunas de lo más variopintas.

Lo que está o no permitido lo descubren los presos al entrar. Lo que necesitan se lo transmiten al funcionario encargado de módulo, que les informa de los trámites a seguir y les dice si lo que piden se puede o no tener en el centro penitenciario. Una vez cursada la petición -las hay de todo tipo, desde un equipo de música a una depiladora o un «señoría, me pican las sabanas»-, esta llega a oídos de la subdirección de régimen, que determina si lo solicitado entra o no dentro del reglamento penitenciario. En caso de que se deniegue, el recluso puede presentar un recurso al juez de Vigilancia Penitenciaria. Y si este persiste en la prohibición, a los presos aún les queda la vía de la Audiencia Provincial.

Ahí han llegado solicitudes de lo más diverso. Desde el que pide que le cambien las sábanas para aliviar una alergia, un colchón especial para determinada dolencia, una mosquitera o una máquina de videojuegos. Los hay que piden material de dibujo o una simple linterna. Los aparatos de música o las consolas son de lo más reclamado en las cárceles gallegas. Están permitidos y son cientos los que los disfrutan en sus celdas porque para muchos, fuera de la lectura, no encuentran mejor modo de matar el tiempo, destacan fuentes penitenciarias.

Cuando un recluso ingresa en prisión recibe el NIS (Número de Identificación Sistemática), lo que viene a ser un DNI carcelario. Se trata de una tarjeta identificativa e imprescindible para llevar a cabo cualquier gestión, como recibir el peculio -hasta un máximo de 80 euros a la semana- o adquirir un televisor o un reproductor de música en el economato. Es ahí donde la población carcelaria dispone de los productos básicos, desde las maquinillas de afeitar a una lata de lentejas. Todo lo que no esté ahí, o está prohibido o hay que solicitarlo por las vías legales.

Las teles y las consolas se «capan»

Los aparatos electrónicos están permitidos siempre y cuando no dispongan de un dispositivo para comunicarse con el exterior. Para evitar eso, todo aparato que entre de fuera en la prisión pasa por manos de un técnico que lo «capa». Con esa palabra se refieren los presos al acto de neutralizar esos dispositivos. Así, se puede tener una consola, pero con el servicio de Internet inutilizado. Claro que una cosa es que estén permitidos y otra muy distinta es que todos tengan acceso a ellos. La subdirección de Régimen, por mal comportamiento o por otras razones, puede denegar a un recluso lo que pide. A Oubiña, en Zaragoza, le prohibieron los Cohiba.

Ellas solicitan productos de belleza y ellos máquinas de videojuegos

En la prisión de A Lama, que de todo ha sucedido, nunca había pasado algo así. Hace ya unos cinco años, la hermana de una reclusa pidió que le entregaran a esta un paquete con artículos de «primera necesidad». Había maquillaje, toallitas y un vibrador. La pariente de esa presa tuvo que regresar a casa con todo de vuelta porque en los centros penitenciarios no se permite que lleguen de fuera los productos cosméticos por si llevaran droga en el interior. No le dieron explicaciones sobre la prohibición del consolador. Según el abogado de aquella interna, «del todo incomprensible, pues ya me dirá qué arma puede ser esa».

Los productos de cosmética o higiene se han de comprar en el economato de la prisión. El surtido es pobre y hay reclusas que solicitan por la vía legal determinadas marcas que siempre les niegan. Ellos, en cambio, lo que más solicitan son maquinitas de videojuegos.